8 de junio de 2025

Las causas de Beatificación y Canonización

Sus tres últimas residencias 

Continuación… 

Transcribiré los testimonios de dos Misioneros del Espíritu Santo, que acudían con mayor frecuencia.  

El P. Alfonso Alcalá: «En los años 1963 y 1964, cuando él estaba ya muy achacoso y enfermo, me tocó, con frecuencia, ir al Pedregal a decir la misa de 8:00 p.m. y puedo decir que, entonces, fue cuando más me edificaba. Su actitud de oración y de fervor, al oír la Santa Misa, era de una grande edificación para los fieles y, sobre todo, para mí, que siempre estimé como una gracia la asistencia del hermano a mi misa. Me admiraba también la paciencia en sus sufrimientos cuando, todo encorvado, pasaba al refectorio y tomaba sus alimentos. En una ocasión, recuerdo con qué santa indiferencia soportó la falta de una medicina, que se le había acabado hacía tiempo y todavía no se la habían repuesto. 

También, me impresionó su sencillez y humildad y su respeto por los sacerdotes. Con grandes trabajos, se ponía de pie y quería besarme la mano cuando llegaba a saludarlo, a pesar de que me resistía. De lejos, se veía que no solo lo hacía por urbanidad, sino por un verdadero sentimiento de respeto al carácter sacerdotal». 

El P. Alfredo Güemes: «Yo lo conocí muchos años después. Era un hombre acabado. Los años habían dejado en él su huella, la huella del hacha en el tronco que va a caer. Era alegre, sus ojos y su sonrisa eran de niño, como su alma. Su cuerpo estaba gastado, se iba consumiendo al servicio de Dios y al servicio de sus hermanos. Era un hombre de Dios. En la Iglesia, se le veía en su centro. Los domingos, en la Parroquia del Pedregal, asistía, muy cercano, en su reclinatorio, encorvado casi, a nueve misas; “el hermano ganchito”, le decían. Su columna vertebral lo traicionaba, lo inclinaba a tierra, mientras su alma se elevaba, se elevaba hasta perderse». 

Continuará… 

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