4 de mayo de 2024

No busques lejos, aquí estoy

El Papa Francisco nos comparte que, el domingo de la Divina Misericordia, el Evangelio nos narra las apariciones de Jesús resucitado a los discípulos, en particular a Tomás el “apóstol incrédulo” (cfr. Jn 20,24-29). 

Tomás no es el único al que le cuesta creer, es más, nos representa un poco a todos. No siempre es fácil creer, especialmente cuando se ha sufrido una gran decepción. Ha seguido a Jesús durante años, corriendo riesgos y soportando penalidades, pero el Maestro fue crucificado como un delincuente y nadie lo ha liberado, ¡nadie ha hecho nada! Ha muerto y todos tienen miedo. ¿Cómo creer la noticia que dice que está vivo?  

Tomás tiene valentía: mientras los otros están encerrados en el cenáculo por el miedo, él sale, con el riesgo de que alguien pueda reconocerlo, denunciarlo y arrestarlo. Así que. cuando Jesús se aparece por primera vez a los discípulos la noche de Pascua, él no está. 

Se había alejado de la comunidad. ¿Cómo podrá recuperarla? Solo volviendo con los otros, con esa familia que ha dejado asustada y triste. A su regreso se encuentra con la noticia de que Jesús ha venido, pero a él le cuesta creer… solo viendo sus llagas. Jesús se aparece de nuevo, en medio de sus discípulos y le muestra sus llagas, pruebas de su amor y su misericordia. 

Jesús se presenta ante de todos, como diciendo: si tú quieres encontrarme no busques lejos, quédate en la comunidad, no te vayas, reza con ellos, parte con ellos el pan. También eso nos dice a nosotros: es ahí donde puedes encontrarme, donde te mostraré mis llagas: las señales del Amor que vence el odio, del Perdón que desarma la venganza, las señales de la Vida que derrota la muerte; donde descubrirás mi rostro, mientras compartes con los hermanos momentos de oscuridad y de miedo, aferrándote aún más fuerte a ellos.  

Francisco nos invita a preguntarnos ¿dónde buscamos al Resucitado? ¿En algún evento especial, en alguna manifestación religiosa espectacular, en nuestras emociones o sensaciones? ¿O en la comunidad, en la Iglesia, aceptando el desafío de quedarnos, aunque no sea perfecta? A pesar de sus límites, nuestra Madre Iglesia es el Cuerpo de Cristo y es ahí, en el Cuerpo de Cristo, que se encuentran impresas para siempre las señales más grandes de su amor. ¿Estamos dispuestos, en nombre de este amor a abrir los brazos a quien está herido por la vida, sin excluir a nadie de la misericordia de Dios, acogiendo a todos como hermanos?  Él nos acepta a todos, nos dice el Papa. 

En contraste, las guerras continúan, el Papa invita a rezar para que se depongan las armas y el diálogo prevalezca, para retomar el camino de la paz y de la concordia.  ¡Que el Señor esté cerca de los que hoy celebramos la Pascua! Pidamos a María, Madre de Misericordia, nos ayude a amar a la Iglesia y a hacer una casa acogedora para todos. 

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