Buen recorrido llevamos gozando la Pascua de resurrección y nos disponemos, lo mejor posible, para un nuevo Pentecostés. Hoy, la consigna es permanecer: una vez que Él está con nosotros y nosotros con Él, lo que corresponde es prolongar en el tiempo y el espacio esa unión fundamental, para producir frutos, para trascender, para ir complementando la creación y de vivir justificando el por qué y para qué fuimos creados. Dice así el Evangelio:
“Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Toda rama que, en Mí, no da fruto, la corta; pero toda rama que da fruto la poda para que dé más fruto todavía. Ustedes ya están limpios por la Palabra que les he comunicado. Permanezcan en Mí y yo permaneceré en ustedes. Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así, tampoco ustedes pueden dar fruto, si no permanecen en Mí. Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en Mí, como yo en Él, dará mucho fruto; separados de Mí no pueden ustedes hacer nada. El que no permanece en Mí es desechado y se seca, como las ramas que se recogen, se arrojan al fuego y se queman. Si permanecen en Mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá. Mi Padre es glorificado, cuando ustedes dan mucho fruto y muestran así que son mis discípulos” (Jn 15, 1-8). Ocho como las bienaventuranzas.
¿Qué es permanecer? Estar con la vida, en el lugar adecuado; leer la Sagrada Escritura, comulgar, dedicar tiempo a la oración, ponerse al servicio de los más necesitados, acciones realizadas en libertad. Provocar la alegría del maestro, que verá muchos frutos buenos que harán crecer al árbol sembrado.
Mantener la fidelidad a la alianza, a aquella afirmación: “Tú serás mi pueblo y yo seré tu Dios”, será la base para gozar el amor, la aceptación, la inclusión, la valoración de nosotros mismos recibidas por Jesús. ¡Permanezcamos en Él y Él en nosotros!