La importancia de la amabilidad…
Muchas veces, cuando se habla de las grandes virtudes que constituyen una vida apegada al cristianismo, se habla de la honestidad, el celo apostólico, la honradez, la generosidad, el sacrificio, la piedad, entre muchas otras cosas. Sin embargo, muy pocas veces, o casi ninguna, se menciona a la amabilidad.
Esto me llama mucho la atención ya que pareciera que en realidad no se contempla como una característica de la vida humana configurada con el cristianismo, y, sin embargo, se podría decir que esta es en realidad una de las virtudes más importantes, ya que lleva consigo un componente misericordioso, compasivo y amoroso.
Es cierto que, en la vida cotidiana se llegan a presentar situaciones incómodas, o podemos atravesar por contextos que “nos sacan de nuestras casillas”, haciendo que perdamos los estribos y que muchas veces, sin tener la intención, tratemos mal a las personas, pero esto en realidad no constituye un pretexto para dejar de tener a la amabilidad como una virtud a observar. Por el contrario, se vuelve una prueba del valor que tiene una persona que decide negarse a sí mismo, aunque sea su contexto, y mostrar un rostro amoroso y misericordioso con el prójimo.
El modo de Jesús, si bien puede ser duro en las formas, llega a serlo solo cuando se colma la paciencia, después de varias llamadas a la autenticidad y la conversión. Si bien podemos ver episodios como la expulsión de los mercaderes del templo o la descripción de los fariseos como “raza de víboras” y “sepulcros blanqueados”, también podemos ver que la amabilidad de Jesús es constante y perenne en aquellos que con sinceridad lo buscan, que recién apenas escuchan su mensaje, o que sienten una curiosidad sincera y humilde ante su propuesta al mundo, la propuesta de Dios.
No nos olvidemos de ser amables con el prójimo, sobre todo en nuestro primer trato. Esto aportará un ladrillo a la construcción de la paz tan necesitada y anhelada por todos, y de la que tanto nos ha hablado en estos meses el papa León XIV.
¡Ánimo firme! ¡Que viva la Cruz (amable y llamativa)!