Estamos en el comienzo de la vida de Jesús, según nos lo cuenta san Marcos. La vida abundante, que vino a traernos, se va dando paso a paso, día por día, aprovechando todos los acontecimientos que la vida le va presentando.
Hoy, sale de la sinagoga, donde ha liberado a un hombre de una situación triste y dolorosa, ante la cual nadie podía hacer algo. Se dirige con sus amigos, a casa de uno de ellos, y, ahí, aprovecha para sanar a la suegra de Simón, ponerla en pie en posibilidades de servicio y de compartir una improvisada y sabrosa comida. Por la tarde, recibe a todos cuantos llegan a buscarlo, intuyendo que Él puede sanar a una y a cien en un momento y así lo hace. Llega la noche, la tranquilidad y el silencio que favorecerán su contacto de oración contemplativa con el Padre. Es su descanso. Ha sido un día contado, casi hora por hora, haciendo el bien.
Y seguir al día siguiente: “vamos a los pueblos cercanos, para predicar también allá el Evangelio, que para eso he venido” (Mc 1, 35-39). Recorrer las sinagogas predicando y expulsando demonios, que no pueden resistir su presencia liberadora.
Jesús trabaja en lo que le corresponde, también le gusta trabajar en equipo: “Vamos…”, quiere hacer lo suyo, pero con los suyos. En algún momento, ellos lo harán de dos en dos, Él estará presente misteriosamente: “Vayan, por todo el mundo, a predicar el Evangelio y yo estaré con ustedes hasta el final…” (Cfr. Mt 25, 26).
Jesús trabajó, desde chico, con su padre José. Este José, a quien vamos contemplando, admirando y queriendo. Jesús aprende, adquiere experiencia, va madurando con la cercanía de sus papás: José y María. Se nota en todo lo que hace, nadie puede echarse para atrás. Un par de manos es indispensable en una carpintería. José, padre lleno de bondad, trabajador, eficiente, feliz; también tiene la cualidad de hacer bien las cosas.
Adentrarnos en el corazón paternal de José es entender muchas cosas de Jesús en su ministerio evangelizador. José será la imagen referencial permanente en Jesús, que trabaja igual que su Padre del cielo, que, también, trabaja creando y recreando su obra.
Me coloco en la larga fila de evangelizadores por voluntad de mi Jesús. No entiendo mi vida, sino a la luz de este Evangelio, con el testimonio de san José y siguiendo a Jesús, que me ha llamado. Nunca dejaré de aprender, si me pongo en la escuela de san José, padre fuerte y bondadoso, cercano y solícito, lleno de ternura y amor. Amén.