El Credo
Gabriel Villalobos
Para los cristianos, la Iglesia es objeto de fe y, por eso, tiene un lugar en el Credo. Sin embargo, quizás nos cuesta creer que ella es una, santa, católica y apostólica, y esto puede deberse a que no la comprendemos del todo. El catecismo nos ofrece cuatro ideas sobre la Iglesia, dignas de profundizar.
En primer lugar, la Iglesia es el pueblo de Dios. A través de la historia de la salvación, Dios estableció una relación con el ser humano, no como un individuo aislado, sino en su realidad social e histórica. La Iglesia es la culminación de esa realidad, por medio de la cual el individuo encuentra a Dios, en el amor al prójimo y al cobijo de un pueblo que camina hacia Él.
La Iglesia es el cuerpo de Cristo. Nosotros, no solo somos seguidores de Jesucristo, como quien sigue a un sabio o influencer. El Señor nos entrega su cuerpo y su sangre en la Eucaristía y, a través de ella, todos quedamos místicamente unidos a Él. “Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 56). Cristo es la cabeza y nosotros su cuerpo y, en Él, hay una diversidad de miembros.
La Iglesia, también, es esposa de Cristo. La Escritura ofrece varias imágenes de esta metáfora. “Y vi a la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia que se adorna para recibir a su esposo (Ap. 21:2). Esta es la unión que Dios quiere para con su pueblo, al final de los tiempos: una unión absoluta en el amor y la entrega.
Por último, la Iglesia es templo del Espíritu Santo. Ya en el número anterior, observamos la estrecha unión entre ellos, que se inaugura en Pentecostés, y de la que participamos con nuestro bautismo. En palabras del Catecismo: “El Espíritu es como el alma del Cuerpo Místico, principio de su vida, de la unidad en la diversidad y de la riqueza de sus dones y carismas” (§809). Meditemos estos cuatro sentidos de nuestra fe en la Iglesia.