El Credo expone, de manera sintética, lo que creemos sobre Dios quien, siendo uno solo, es Padre, Hijo y Espíritu Santo. De esta forma, el Credo nos habla de la Santísima Trinidad, quizás el mayor de los misterios de nuestra fe, pues es el misterio de Dios. Aquí, no cabe un tratado teológico sobre esto; recapitularemos lo que ya hemos reflexionado sobre cada una de las Personas de la Trinidad, cómo se manifiestan y relacionan, a partir del Credo.
Primeramente, creemos en un solo Dios. Este Dios no es un ser supremo, como podrían existir muchos; tampoco es energía o una fuerza cósmica. Más bien, Dios es ser, es el origen y la causa (el creador) de todo lo que existe; es la existencia misma. Al mismo tiempo, Dios es personal y, por amor, se revela a la humanidad. Todo lo que sabemos sobre Dios proviene de Su propia revelación.
La revelación de Dios a los hombres alcanza su plenitud en Jesús, una persona humana, como nosotros, pero también plenamente Dios. Creemos que Jesucristo es Dios de Dios, Hijo eterno de Dios Padre, de su misma naturaleza. Por nuestra salvación, se hizo hombre, murió crucificado, resucitó al tercer día y ascendió al Cielo.
Al hablarnos del Padre y mostrarnos que proviene de Él, Jesús nos revela que Dios es más de una persona. Jesús es también quien nos envía al Espíritu Santo. Este procede del Padre y del Hijo y, con ellos, recibe una misma adoración y gloria. El Espíritu Santo es Dios, que habita en nosotros y anima a la Iglesia.
Creemos, pues, en un solo Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. No son tres dioses, ni tampoco tres manifestaciones de una única persona divina. Las tres Personas distintas (o relaciones subsistentes) de la Trinidad se identifican por su íntima relación de amor, por el cual están eternamente unidas en una sola divinidad. Así, el misterio de la Santísima Trinidad nos revela que, en esencia, Dios es amor.