Nadie ha ido al cielo y regresado, para contarnos como es; sin embargo, la Palabra de Dios nos da destellos de lo que experimentaremos.
En primera instancia, se nos revela que hay un lugar para nosotros, que ha sido preparado por nuestro Señor Jesús: “En la casa de mi Padre, hay muchos lugares donde vivir; si no fuera así, yo no les hubiera dicho que voy a prepararles un lugar” Jn. 14.2
Frente al Santísimo, la beata Conchita tuvo una visión del cielo: “es como un pedazo de espacio, lleno de grupitos de cabecitas… se extiende para adentro, creciendo a medida que se interna… como que hay grados de luz, de vida, de amor hasta llegar al foco del centro, que es infinito en extensión. Ahí, siento que viven los santos. Allá, he vislumbrado y sentido que existe y vive el Corazón Divino de Jesús”
“Padre mío, como que ni me atrevo a decirlo: esto, multiplicado infinitamente, por supuesto, y también infinitamente esclarecido y entendido, ¿esto será el cielo…? Y, mientras más adentro, más amor…inmenso amor… infinito amor… Ahí, no hay dolor y solo un amor, infinitamente infinito, todo lo llena”.
Cochita percibió lo que revela la Escritura, que, en el cielo, la ciudad del Dios vivo, la mayor gloria será verlo, tal cual es. Con los ángeles, lo adoraremos y permaneceremos eternamente, junto al Trono del Cordero, bebiendo de las fuentes vivas de agua. No hará falta luz, pues la Gloria de Dios lo iluminará todo.
No podemos siquiera imaginar cómo será y, aun cuando nosotros somos ciudadanos del cielo, que vamos de regreso, lo que pasará rebasa nuestro entendimiento; lo que si es una verdad contundente es que, como nos dice el mismo apóstol Pablo, “considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada” Rom. 8.