Tienes que incendiar el mundo
En enero de 1903, mientras iba en un tranvía, Concepción Cabrera escucha que Jesucristo le dice: «Tú incendiarás a muchos corazones con el fuego del Espíritu Santo y las herirás con el santo leño de la Cruz». Después ella comenta: «Me quedé confundida y avergonzada, pero sentí que todo eso lo haría el Señor y que solamente sería yo su pobre y mohoso instrumento».
El Espíritu Santo es «un fuego devorador» (Hb 12,29), capaz de consumir nuestras ingratitudes y pecados, y de hacer arder de amor y celo apostólico nuestros corazones.
Todo sufrimiento humano y «la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gál 6,14), nos hieren, nos transforman y pueden santificarnos.
En las palabras que esa viuda de cuarenta años escucha, podemos entender que, por medio de ella, muchas personas tendrán un encuentro vivo con Jesucristo crucificado-resucitado y que él les comunicará el Espíritu Santo (cf. Jn 20,22).
Yo mismo –y tal vez también tú– he vivido una transformación al encontrarme con Jesucristo por medio de la vida, las virtudes y los escritos de Concepción Cabrera. Quedé incendiado, herido. Y lo sigo estando.
Probablemente también conozcamos a personas que por medio de esa laica, mística y apóstol han vivido una conversión, una transformación, y han experimentado un gran impulso para caminar hacia la santidad y colaborar con Jesucristo en la salvación del mundo. Sin temor a equivocarme, puedo decir que es el caso de la gran mayoría de quienes pertenecemos a las Obras de la Cruz.
Veintiséis años después de que ella escuchó aquellas palabras, refiriéndose a los Misioneros del Espíritu Santo, dice: «Tienen que incendiar el mundo con el Espíritu Santo y con la Cruz». Aunque son palabas dirigidas esos religiosos, fácilmente podemos aplicarlas a quienes viven la Espiritualidad de la Cruz y a todo bautizado.
Permíteme aplicártelas a ti: Tienes que incendiar el mundo con el Espíritu Santo y con la Cruz. ¡Ánimo!, hay mucho por hacer.