El Papa Francisco nos comenta que las mujeres se dirigían al sepulcro, a la luz del amanecer, paralizadas, su corazón se había quedado a los pies de la cruz; su vista, nublada por las lágrimas derramadas aquel Viernes Santo; inmovilizadas por el dolor, con la sensación de que todo había terminado. El sepulcro, donde había sido depositado el cuerpo de Jesús, había sido sellado con una piedra, que representaba el final de la historia de Jesús, sepultada en la oscuridad de la muerte.
Él, la vida que vino al mundo, había muerto; Él, que manifestó el amor misericordioso del Padre, no recibió misericordia; Él, que alivió a los pecadores del yugo de la condena, fue condenado a la cruz. El Príncipe de la paz yace en el sepulcro.
Al llegar, vieron que la piedra había sido corrida, el cuerpo de Jesús ya no estaba ahí. ¡Este momento es la Pascua de Cristo, la fuerza de Dios, la victoria de la vida sobre la muerte, el triunfo de la luz sobre las tinieblas, el renacimiento de la esperanza entre los escombros del fracaso! Es el Señor, el Dios de lo imposible.
Jesús, después de haber asumido nuestra humanidad, bajó a los abismos de la muerte y los atravesó, con el brío de su vida divina, abriendo una brecha infinita de luz para nosotros. Resucitado por el Padre, con la fuerza del Espíritu Santo, abrió una página nueva para la humanidad.
A partir de ese momento, de la mano por Jesús, ninguna experiencia de fracaso o de dolor, por más que nos hiera, puede tener la última palabra sobre el sentido y el destino de nuestra vida; si nos aferráramos por el Resucitado, ninguna derrota, sufrimiento, ni muerte podrá detener nuestro camino hacia la plenitud de la vida. Hacia Él, confluyen todas las aguas de nuestra transformación.
Para finalizar, el Papa afirma que Jesús es nuestra Pascua, Él nos hace pasar de la oscuridad a la luz; se ha unido a nosotros para siempre y nos salva de los abismos del pecado y de la muerte, atrayéndonos hacia el ímpetu del perdón y de la vida eterna.
Acojamos a Jesús, Dios de la vida, en nuestras vidas. Ningún escollo podrá sofocar nuestro corazón, ninguna tumba podrá encerrar la alegría de vivir, ningún fracaso podrá llevarnos a la desesperación. Que la fuerza de su resurrección corra las rocas que oprimen nuestra alma. Caminemos con la certeza de que, en el trasfondo oscuro de nuestras expectativas y de nuestra muerte, está ya presente la vida eterna.
Deja que tu corazón estalle de júbilo en esta noche santa. Proclamemos la resurrección de Jesús, que una llama nueva atraviese nuestros corazones. Es la Pascua del Señor, es la fiesta de los vivientes, expresó el Papa.