5 de julio de 2024

Sólo luchando se alcanza la victoria

«Ánimo, que sólo luchando se alcanza la victoria. […] y olvidado de sí, abandónese siempre en los brazos paternales de Dios, que tanto lo ama»[1], le recomienda la beata Concepción Cabrera al padre José Guadalupe Treviño, MSpS.

¿Luchar para alcanzar la victoria? ¡Sí!, pero antes de comenzar a luchar, confiar, abandonarnos en los brazos paternales de Dios. Y para esto, creer que Dios nos ama, que nos ama infinitamente, con un amor fuerte y tierno. «con amor eterno» (Jr 31.3).

Nada se construye, se conquista o se alcanza sin esfuerzo, paciencia y perseverancia; sin importar que la meta sea algo egoísta o perverso, algo humanamente bueno y satisfactorio o algo virtuoso y santo.

Para ser jefe de una banda de criminales, para cometer un gran robo, para tener bajo mi dominio a otras personas… se necesita luchar.

Para conseguir una medalla olímpica, obtener un doctorado, emprender un negocio… se necesita luchar.

Para perdonar a quien nos ha ofendido, para desterrar un vicio o desarrollar una virtud, para perseverar en el ejercicio de la oración, para servir humildemente a los demás… se necesita luchar.

Ya lo decía el filósofo Séneca: «Vivir es luchar».

No todas nuestras luchas terminan en una victoria. En las metas humanas, quien corre únicamente la mitad del maratón, queda descalificado; quien no terminó la carrera universitaria, se queda sin el título. Pero en la vida espiritual las cosas son diferentes. Lo importante es tener y acrecentar el deseo de llegar a la meta, y cada día luchar por dirigirnos a ella. Sería ingenuo y hasta ridículo afirmar: «ya llegué a la santidad; ya no tengo que esforzarme». Seguramente nos moriremos antes poder decir algo semejante. Pero Dios tiene en cuenta nuestros deseos y los combates en los que tuvimos que luchar para caminar hacia la santidad. Y eso basta para que se nos otorgue el premio prometido:  vivir eternamente con Dios (cf. 1Ts 4,17).


[1] C. Cabrera, Cartas al padre Félix y a los Misioneros del Espíritu Santo, Cimiento, México 1989, 264 (Al padre José Guadalupe Treviño, 19 marzo 1931).

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