8 de julio de 2024

La liturgia de lo cotidiano

¿Verdad que te encuentro metido en nuestro mundo, no solo en el silencio, sino igual en el murmullo de las calles y las voces del mercado, caminando hacia el trabajo, en los saludos y la espera, en las llamadas, la cocina y los autobuses llenos? 

También, Tú, Señor, sabes de rutina, de pendientes y prisas, de mi despertador y mis ganas de seguir durmiendo, vas conmigo en mis trayectos, conoces bien a mis vecinos, compartes nuestras carencias, gozas nuestros descansos y te sientas a la mesa con nosotros. 

Si Tú, Dios eterno y sorprendente, sigues amando este complicado mundo nuestro, entonces, sé que es posible encontrarte aquí, en nuestras mil ocupaciones y sentado a nuestro lado después de un día atareado. 

Dios santo y encarnado, creo que las distancias y solemnidades no se llevan bien contigo. Me parece que decides dejar los templos solitarios y hacerte acompañante en nuestros trajines diarios. Así, de pronto, irrumpes, a mitad de lo ordinario, me detengo y miro bien — sonrisa inesperada, corazón asombrado —: aquí estás y yo te amo. 

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