5 de julio de 2024

El don del Espíritu Santo nos santifica

El camino más seguro para alcanzar la santidad no es fácil, si dependemos solo de nuestras fuerzas, ya que el vencimiento de uno mismo únicamente lo podemos alcanzar con la ayuda del Espíritu Santo. Si nos convenciéramos de esta gran verdad, más pronto podríamos conseguir la tan deseada santidad.

Meditaciones, ayunos y oraciones; penitencias, mortificaciones, visitas a los enfermos y obras de misericordia nos acercan al Señor. Los sacramentos y la Santa Misa, en la que participamos con fervor, y la Comunión, recibida en gracia de Dios, nos permiten caminar la vida de la santidad. Y ¿cómo es que llevando esta vida cristiana no logramos la verdadera santificación de nuestras almas? Es porque falta poner en marcha un ingrediente principalísimo.

Si pensamos que la santificación depende exclusivamente de nuestro esfuerzo, ya podemos estar seguros de que no lo lograremos. La santidad es un proyecto de vida, en el que se requiere, primeramente, nuestra docilidad para ponernos en manos del Espíritu Santo. Si le dejamos entrar a nuestras vidas y dirigir ese proyecto de santidad, dejándole trabajar en la parte que Dios tiene en la santificación de nuestras almas, ¡qué fácil es alcanzarla!

En la vida espiritual, logramos avanzar con el esmero con que el Espíritu Santo nos enseña, instruye, aconseja y gobierna y nos defiende de todos los asaltos de nuestros enemigos. Sin Él, ni tenemos nada ni podemos nada; con Él, lo tenemos todo y lo podemos todo. Él nos da las herramientas que necesitamos y nos enseña cómo salir vencedores, en los grandes combates que hemos de tener con nosotros mismos y en la vida misma.

¡Qué bien sabía Nuestro Señor Jesucristo la necesidad que tenemos del Espíritu Santo! En la Cruz, Él nos dejó al Espíritu Santo y, si no fuera por este gran don, que nos anima y vivifica, otra cosa sería de la humanidad.

¡Ven, Espíritu Santo, ilumínanos!

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