17 de junio de 2024

La cultura vocacional,

  misión del Pueblo sacerdotal 

Creo que una de las tareas más bellas y necesarias de nuestra Iglesia, que quiere ser Pueblo sacerdotal, Iglesia verdaderamente sinodal, es ayudar a que cada miembro de la comunidad encuentre su lugar en el mundo. 

Imagínate que, desde niños, fuéramos descubriendo, como algo natural, que Dios nos acompaña en la historia y que nos llama personalmente para ser plenos, para ser felices y para dar vida de un modo original, con todos nuestros talentos, toda nuestra pasión y nuestra capacidad de amar.  

Imagínate que la familia y la comunidad eclesial van acompañando a cada niño y a cada joven, para que sea su mejor versión. Imagínate que, en su casa, en su escuela, en su parroquia, este niño, niña, adolescente o joven va contando con mentores, personas cercanas y experimentadas, grupos de amigos y hermanos, experiencias, servicios, celebraciones, que lo ayudan a conocerse, a aceptarse, a sentirse valorado; que lo animan a confiar y le dan oportunidades para poner en juego sus dones y cualidades; que también lo desafían para que crezca y lo promueven para que asuma retos, reconozca sus limitaciones y aprenda a trabajar en equipo y hacer comunidad. 

Este imaginario es un ideal que llamamos cultura vocacional. Y, como todo buen ideal, no llegaremos a vivirlo plenamente en esta vida, pero anhelarlo y tenerlo como deseo e inspiración nos ayuda a acercarnos cada vez más.  

Con esto, pasa lo que afirmaba Eduardo Galeano sobre la utopía: “ella está en el horizonte. Yo me acerco dos pasos y ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar”. 

Continuará… 

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