MARZO 2023 (108)
Continuación…
Una vez, mientras recogía la limosna dentro de la Iglesia, reconoció el rostro de uno de los feligreses, el de José Martín, su compañero de aventuras durante la infancia y primera juventud, en «La Chona». Le hizo señas para poderlo ver después de la misa. «Pero, vale, Poncho, si eres el mismo disfrazado de fraile». Desde entonces, el hermano Alfonso iba con frecuencia a la casa de José Martín, el futuro papá del P. Bernardo Martín, M.Sp.S.
En una de esas visitas, Alfonso le comentó a su amigo la falta de recursos económicos de la Comunidad de Misioneros del Espíritu Santo y le dijo que, en esos momentos, no tenía ni para comer y agregó «Pero ya verás, José, cómo Dios nos va a mandar lo que necesitamos». Y comenta Consuelo Martín, hija de Don José, que era entonces una niña: «Y así fue».
El hermano Jesús Sandoval completa así sus recuerdos del hermano Alfonso: «Era muy querido por la Comunidad de Celaya y por las personas con quienes trataba, a quienes oí expresarse muy bien de él, teniéndolo como un «santo».
A los animalitos, también los quería mucho y no quería que se les molestara. Una anécdota que él mismo me contó: “estaba triste, porque, por la noche, se había introducido un alacrán bajo su colchoneta y le encontró aplastado, por la mañana, al tender su cama. ¡Pobre animalito! –decía, ¿para qué fue a ponerse debajo de mí?…
De habitación, escogió un rincón obscuro, debajo de la escalera que subía al coro. En la iglesia de La Merced, en Celaya; puso su cortina de manta y, allí, armó su catre de tablas con una simple colchoneta. Sus vestidos eran pobres, de dril, eso sí, muy limpios, pero no le conocí traje de casimir, aunque todos los demás teníamos».
El P. Federico Garibay, ya ordenado sacerdote, estuvo una temporadita en Celaya, el año 1937, y recuerda que «los domingos, el Hermano Alfonso se levantaba media hora antes que la Comunidad, para dar las llamadas a la Misa, prendía el fogón para calentar el desayuno, abría la iglesia, que estaba cerrada, aunque los adoradores nocturnos estuvieran dentro, prendía la luz y preparaba el incensario para cubrir al Santísimo y, así, terminar la adoración. El hermano era como un cronómetro, puntual siempre, y era, verdaderamente, “una maravilla de actividad y de buena organización”».
Continuará…