por La fiesta, con la que termina la Pascua, es Pentecostés. Era una antigua fiesta agrícola que, a partir de que Jesús cumpliera su misión, tomó una relevancia inusitada, al ser la ocasión en que el Espíritu Santo, la promesa del Padre, descendió tal como lo había anunciado el Hijo.
La beata Conchita le preguntaba a Jesús “¿por qué dejaron al Espíritu Santo para el último, puesto que procede del Padre y del Hijo?” Jesús le contestó “en la genealogía divina, el Padre engendró al Hijo y, de ambos, procede el Espíritu Santo; pero esto, en el orden eterno, no tuvo tiempo… el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, pero no como fruto de ellos, no como destello de ellos, tanto, que no podrían ser el Padre y el Hijo, sin el Espíritu Santo”
Pentecostés es una fiesta muy especial, porque celebramos el nacimiento de la Iglesia, cuando, estando en el Cenáculo los Apóstoles y la Virgen María, el Espíritu Santo descendió sobre ellos “… y, de repente, vino del cielo un ruido, como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa donde estaban sentados. Se les aparecieron lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos” Hc.2.2-3.
La cita continúa diciendo que todo y todos quedaron llenos del Espíritu Santo, que miles se bautizaron y lo recibieron. Solo Él puede obrar prodigios así; porque, como Jesús le decía a Conchita, “Es lazo de unión entre el Padre y el Hijo, es la felicidad de todos los tres, porque causa felicidad en el Padre y el Hijo y en sí mismo”
Pentecostés es la plenitud de la Pascua, porque el Espíritu Santo es la unión, el amor y la felicidad de la Trinidad. Abrámonos a la gracia de Dios, para que venga un Nuevo Pentecostés a nuestra vida y al mundo entero, clamemos ¡Ven, ven, Espíritu Santo, ven!
¿Quién viene en Pentecostés?
