por ¿Qué no son lo mismo?
Shalom es una palabra hebrea, con miles de años de antigüedad que, en español, traducimos como paz.
La paz, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia, tiene como una de sus definiciones “Elestado de quien no está perturbado por ningún conflicto o inquietud” y, justo en este sentido, paz, shalom y la paz de Cristo no son lo mismo.
El shalom, para nuestros hermanos judíos, tiene otro significado más profundo. El shalom es el deseo, del que lo dice, a que la persona que lo recibe tenga salud, armonía, paz interior, calma, tranquilidad y bendiciones de Dios en su vida.
Si el shalom de los judíos ya implica un deseo de convivencia armónico y completo entre Dios, el prójimo, la creación y consigo mismo, “la paz de Cristo” nos lleva a una realidad todavía más hermosa y profunda:
La paz de Cristo es un don, un regalo: “Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No os sintáis turbados y no os acobardéis.” (Jn 14, 27)
El P. Salvador Carrillo Alday, en su libro El Evangelio Según San Juan, explica: “La paz de Jesús supera los alcances de un deseo, … y se convierte en una realidad. No se trata de una paz que es ausencia de guerra, ni de la adquisición de un estado psicológico de tranquilidad. Es una paz que nace como efecto de la unión del discípulo con el Padre, el Hijo y el Espíritu, con quienes convive en comunidad de vida eterna.
La paz de Jesús es un don salvífico, condicionado a su glorificación por el regreso a su Padre. Es la paz mesiánica, de la que hablaron los profetas. Así, una vez resucitado Jesús, dará a sus discípulos la paz.”
La próxima vez que, en Misa, el sacerdote y nosotros demos la paz, pensemos en este gran don: recibimos y damos la paz de Cristo, dada en Él y por Él. Qué hermoso regalo de Dios lleno de misericordia, inmenso amor y benevolencia, que llevamos a cabo en unos cuantos segundos.
“Que Él, el Señor de la paz, os conceda la paz siempre y en todos los órdenes. El Señor sea con todos vosotros. El saludo va de mi mano, Pablo. Esta es la firma en todas mis cartas; así escribo. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros.” (2Tes 3, 16-18)
