5 de julio de 2024

¿Qué hemos hecho mal con los jóvenes? III

El tercer punto es de la propia actitud de la jerarquía eclesiástica, con respecto a los jóvenes. Aquí, podemos distinguir dos problemas: por un lado, tenemos a parte del clero que menosprecia a los jóvenes, cerrándose en sí mismos y no creyéndolos capaces de poder desempeñar un buen papel en distintas pastorales que, incluso, pudieran liderar y, por el otro, a parte del clero que, con una buena intención, creen que bastarán medidas “paliativas” y apuestan por hacer la misa “menos aburrida”, atraer con partidos de fútbol o que, incluso, hacen innovaciones que no queda del todo claro si entran dentro de la riqueza de la identidad católica o se separan de ella. 

Afortunadamente, son más los sacerdotes que se encuentran en el segundo caso y es, cada vez más raro, ver gente de la jerarquía que hace menos a los jóvenes, pero estas medidas tampoco son suficientes, porque no llegan al núcleo de lo que necesitan y buscan los jóvenes. 

En medio de una sociedad de consumo y de descarte, lo que buscamos los jóvenes son ideales. No es casualidad que, quienes encabecen los movimientos sociales, que hoy se han vuelto enormes olas que buscan cambiar la sociedad, – como el feminismo, la lucha por los derechos LGBT o por el medio ambiente – sean los jóvenes, porque somos nosotros quienes buscamos seguridades, ideales firmes, que busquen mejorar la sociedad, no simplemente hacerse de la vista gorda ante los graves problemas del mundo. 

La Iglesia, todavía, tiene mucho que decir para la sociedad pero, para eso, quienes la representan en el imaginario colectivo – es decir, el clero – debe también volverse a ganar el respeto de la sociedad. Vivimos en un mundo en el que el respeto no se tiene per se, sino que tiene que ganarse. Esto se puede lograr por medio de la coherencia de vida, que se aleje de escándalos de todo tipo – sexuales, económicos o incluso políticos. 

Esto se reduce en una palabra, inclusión, y agregaría que, esta inclusión, debe ser sana. Debemos buscar una Iglesia en la que entren todos, pero no de todo; en la que todos, clero y laicos, estemos dispuestos a “manchar” los hábitos, las sotanas y los jeans, para que todos se sientan aceptados en este hospital de pecadores, como ha descrito a la Iglesia el Papa Francisco. Que estemos todos dispuestos a sanar el mundo, pero sin cerrarnos ante otras visiones. 

Tal vez, Joseph Ratzinger tenía razón, cuando dijo que la Iglesia debía hacerse pequeña de nuevo. Pero, si en un futuro seremos ese grupúsculo por medio del cual Dios siga hablando, las personas deberán encontrarse con una Iglesia que ayuda a alcanzar la salvación, por medio de la caridad, de la misericordia y de la apertura, no desde la cerrazón y el extremismo de, por querer conservar la identidad católica, se pierda el diálogo con el mundo. Al final de cuentas, la misión de la Iglesia es salvar a la mayor cantidad de almas posibles, no ser un club que denote exclusividad. 

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