8 de julio de 2024

Reconociendo la presencia amorosa de María

Mujer, he ahí a tu hijo…hijo, he ahí a tu Madre» Juan 19,26-27

Jesús en su momento más doloroso aún piensa en nosotros para no dejarnos solos entregándonos a María, como madre nuestra. Así somos bendecidos al tener una madre en la tierra y una madre espiritual en el cielo.

Pero, ¿en verdad reconocemos el privilegio de ser hijos de María? ¿Reconocemos su fe, confianza, fortaleza y amor que nos tiene?

En la parroquia de Guadalupe, en Tuxtla, en donde he tenido mi caminar en comunidad, asistía al docenario brindando mi servicio a los hermanos peregrinos que llegaban durante esos días. Se  puede ver en sus ojos el amor que le tienen y la razón por la cual dicen que, llega un momento, en que el peregrino camina con el corazón y no con los pies, porque quien los mueve a caminar es el amor a nuestra Madre.

Recuerdo que personalmente la reconocí como madre en un momento especial de mi vida, tuve la oportunidad de ir a realizar una experiencia a Asís, Italia. El primer día, experimenté el choque cultural, un nuevo idioma, un nuevo horario, otro mundo. A pesar de estar contenta y emocionada, salí a un pequeño balcón y observé como una abuelita se despedía de su nieto con gran cariño y pensé: Ahora sí, estoy completamente sola, aquí no tengo a mi comunidad, ni a mi director espiritual, ni a mis padres, estoy como una huérfana, lo pensé con cierta nostalgia.  En ese momento, no había notado que a la izquierda se lograba apreciar la Basílica de Santa María de los Ángeles y vino a mi mente la frase de la Virgen de Guadalupe: ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?

Ver esa imagen, recordar esa frase hizo que tomara sentido todo, es cierto estaba a millas de distancia pero no estaba sola, todo lo que te han enseñado tus padres, lo que has aprendido, el cariño de tus amigos los llevas contigo, pero sobretodo, Ella estaba allí, aprendí a ser mas cercana a la virgen María, acudir a ella en momentos de decisión o duda, a rezar el rosario tomando sentido a cada palabra, en ese viaje aprendi mucho, pero sobretodo reconocí a María como mi Madre, una madre amorosa, que con su manto nos cubre a todos, te encuentres en donde te encuentres.

En Papa Francisco dijo una vez que: “María está allí, rezando por nosotros, rezando por quien no reza. ¿Por qué? Porque ella es nuestra Madre”.

En estos momentos que vivimos no debemos dudar que ella nos acompaña, nos abraza, sufre con nosotros, nos sostiene. Quién mejor que ella para comprender las perdidas que hemos tenido, para salir al servicio del otro como lo hizo con su prima Isabel. Maria toma nuestra mano, nos alienta en el camino para que cada día crezcamos en confianza en Dios.

Que no pasemos un día sin decirle, como el ángel Gabriel: “Dios te salve María llena de gracia el señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús”.

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