3 de julio de 2024

Emprende una vida interior, toda de fe, de esperanza y de amor

«Emprende una vida interior, toda de fe, de esperanza y de amor», le dice Concepción Cabrera a Teresa de María. La vida espiritual consiste en la práctica de las virtudes teologales, al impulso del Espíritu Santo. San Pablo lo dice varias veces en sus cartas: «Ahora, permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza y la caridad» (1Co 13,13).

¿Qué necesitamos, para entrar en el misterio de Dios-Trinidad y vivir en comunión con el Padre, con Jesucristo y con el Espíritu Santo? Fe, esperanza y caridad. ¿Qué necesitamos, para convivir con los demás y establecer con ellos relaciones sanas, creativas, estables y duraderas? Fe, esperanza y caridad. ¿Qué se requiere para encender en nosotros el celo apostólico, que nos lance a colaborar con Jesucristo en la salvación del mundo? Fe, esperanza y caridad. Estas tres virtudes, que Dios mismo nos ha regalado, tienen que ver con todo; no hay área, ni actividad, ni momento de nuestra vida, en que no intervengan. Todo lo iluminan, todo lo vivifican, todo lo inflaman.

Sin embargo, con frecuencia, olvidamos su importancia o les brindamos poca atención. Más nos preocupa desarrollar la prudencia, el orden, el desprendimiento, el dominio propio y muchas otras virtudes que, con ser provechosas, están lejos del núcleo de la vida espiritual.

«Emprende una vida interior», dice esta laica mistagoga. El verbo “emprender” significa «empezar una cosa, que implica trabajo o presenta dificultades». Sí; la vida sobrenatural implica un arduo trabajo y presenta muchas dificultades, pues va en la dirección opuesta a nuestro modo natural de conocer, de actuar y de amar. Y esto, desde el comienzo del camino cristiano y en todos los pasos siguientes. Por eso, en otra carta a su hija, Concepción habla de «fe sin luz, esperanza sin apoyo, caridad sin sentimiento».

1- Carta escrita el 1 mayo 1923, en Cartas a Teresa de María, México 1989, 385.

2- Cf. 1Ts 1,3; 5,8.

3-M. Moliner, Diccionario de uso del español.

4- Carta escrita el 29 septiembre 1923, en Cartas a Teresa de María, México 1989, 417.

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