En la vida, hay noches hermosísimas que se quedan en nuestra memoria, en un lugar especial, pero hay una que trasciende a nuestra emoción e inteligencia, porque nos coloca en el campo de la eternidad. La de la Vigilia Pascual.
¡Qué noche tan dichosa, en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino! Así lo canta la iglesia en el Pregón Pascual, el Sábado de Gloria, es la noche en que nuestra fragilidad humana es tocada por la grandeza de Dios, su misericordia nos alcanza y, a través de su Hijo, nos regala el perdón y la salvación.
En relación al Pregón, la beata Conchita Cabrera le pregunta a Jesús: ¿por qué la iglesia dice: feliz culpa que tuvo tal y tan grande Redentor? ¿Pensando acaso que Tú no hubieras venido, solo con el pecado para borrarlo? Él le contestó: “Hay misterios para el hombre, pero este modo de decir no está mal, porque se refiere, no a que Yo no hubiera podido venir al mundo sin el pecado, sino por el gozo de que el pecado fuera borrado por todo un Dios Redentor.”
Jesús no nos necesita para salvarnos; sin embargo, nos llama a ofrecernos en unión con Él para cooperar en la obra de la Redención y, en esta participación, nos vamos transformando en Cristo y podemos obtener frutos de santidad y redención.
Vivamos sacerdotalmente la Semana Santa. Cada uno de nosotros tiene mucho por ofrecer, al estilo de Jesús, ofrezcámonos con amor a los demás, con la alegría inmensa de que la resurrección es el triunfo que Cristo obtuvo también para nosotros.
Si para la Vigilia Pascual no podemos aún reunirnos en los templos, que eso no nos quite la alegría de sabernos salvados y, juntos, con toda la Iglesia, aclamar con el Pregón Pascual: ¡Qué noche tan dichosa! Solo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos