6 de julio de 2025

Hagamos el bien

Jesús, Salvador de los hombres, ¡sálvalos! Fue el grito de intercesión de la beata Concepción Cabrera cuando, desbordando amor, grabó el nombre de Jesús en su pecho como signo de pertenencia a Jesús. La respuesta de Jesús fue decirle que ese grito conmovió sus entrañas y que bajaba de nuevo a dar, en esta ocasión, la espiritualidad y las obras de la cruz, como señal de salvación para todo el mundo.

Yendo a Jerusalén, lugar de su sacrificio, le preguntaron a Jesús si eran pocos los que se salvaban. La respuesta se queda en invitación a un compromiso serio de entrar por la puerta estrecha de la salvación, una oferta que hace a todos y de nosotros depende si aceptamos el camino de la salvación. Y no solo después de la muerte solamente, sino una salvación vivida mientras estamos en este mundo.

“¿Es verdad que son pocos los que se salvan? Una pregunta a la que Jesús responde con hechos de vida: esforzarse para entrar. El número depende de la decisión y esfuerzo de los hombres, una experiencia personal. Y eso no como premio o reconocimiento de algunos méritos, sino por gratuidad propia de Dios.

La puerta estrecha es una opción cordial e incondicional por Jesús. Hay, de por medio, una propuesta de conversión, enseñanzas que siempre serán para iluminar y dar sentido a la vida.

La vida es un incesante caminar. Todo mundo sabe que dejará de hacerlo, no sabe cuándo ni cómo, pero intuye que, detrás de ese camino, hay algo que llamamos vida eterna y que depende de cada uno cómo sea en su relación con Dios. A eso le llamamos normalmente salvación, realización plena de toda vida, que se hizo según el mismo proyecto de Dios.

Esta es la que domina nuestra preocupación, para poder orientar nuestro comportamiento. La puerta es estrecha, porque la misma persona de Jesús nos mantiene en posibilidad de hacer todo el bien que sea posible. Si me aceptan este atrevimiento, diría: “que hacemos el bien no para salvarnos, sino porque hemos sido salvados”.

En este Evangelio, en el que Jesús nos pide esforzarnos para entrar por la puerta que es angosta, nos sentimos privilegiados de intentar ser como los niños, porque a los que son como ellos, pertenece el Reino de los cielos. Amén.

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