Caminar hacia Dios
Cada julio, miles de personas emprenden la peregrinación a Santiago de Compostela por distintos caminos – tanto físicos como espirituales. Se camina todo el año, pero a los peregrinos les gusta llegar cercano a la fecha de la fiesta de Santiago: el 25 de julio.
Existe el camino francés, el del norte, el portugués, etc. Se puede hacer a pie, en bici, a caballo o en velero. Algunos lo hacen por fe, otros por tradición o búsqueda personal. Pero todos, al andar, se abren al misterio de Dios que se revela en lo más sencillo: en el silencio del bosque, en el viento en el rostro, en los pies cansados que siguen adelante.
El Camino rompe con la rutina. Nos saca de lo cómodo y nos enseña a cansarnos de otro modo. En lugar de agotarnos en la prisa diaria, nos cansamos en la belleza de avanzar paso a paso, con el corazón abierto. Así, Dios se deja encontrar en su creación, en cada amanecer, en el canto de los pájaros, en el agua fresca de una fuente.
Pero también lo encontramos en los otros: en el peregrino desconocido que comparte su pan; en el voluntario que ofrece su servicio en el albergue del peregrino; incluso en el migrante que camina no por devoción, sino por necesidad; así también en la persona en situación de calle que, como los peregrinos, vive el día a día con lo que tiene (con toda proporción guardada).
Este 2025, Año Jubilar del Peregrino, es una invitación a redescubrir a Dios en el camino, en lo sencillo, en lo que no hace ruido. A caminar para orar con los pies, para escuchar con el alma y para ver con el corazón. Y este año, es una bendición para mi emprender el camino portugués desde Oporto con mi mamá y mi hermana para festejar sus 70 años. Esta es la tercera vez que lo camina, pero será la primera por el camino portugués de +250 km y que lo hagamos en familia.
El Camino de Santiago no termina en la catedral. Termina —o comienza— en el interior de quien ha aprendido a andar de otra manera después de su compostela.