Querido Francisco:
¡Muchas gracias! Muchas gracias, primero que todo, por ser tú, por no renunciar a tu individualidad, a pesar de ocupar el puesto de mayor honor y de mayor servicio en la Iglesia, el papado. Gracias porque, desde esa individualidad y autenticidad, nos enseñaste que se puede amar a Dios y a nuestros hermanos y hermanas, y se puede servir sin necesidad de aparentar perfección.
Muchas gracias, porque, con esa sencillez que te caracterizó, nos mostraste que aquello que no es indispensable y que nos llega a estorbar en nuestra búsqueda por la plenitud en Jesús puede obviarse, siempre que se tenga en mente el objetivo principal de amar como Él ama.
No dejas grandes riquezas, ni poder, como lo entiende el mundo. Dejas, más bien, una Iglesia militante dolida por tu partida, pero, también, con la esperanza de que estés gozando ya de la gloria del Dios, al que tanto amaste y que, desde el cielo, rezarás, no solo por todos nosotros, sino también por tu sucesor, que, para cuando esta carta se publique, ya se sabrá quién es.
Querido PAPA Francisco, muchas gracias por tu vida, por tu ministerio y por tu hermosa vocación. Desde acá, te prometo que seguiremos haciendo lío, para hacer de este mundo un poco más parecido al sueño de Dios.
¡Hasta el cielo, Francisco!