19 de abril de 2025

Nunca critiques

Concepción Cabrera le dice a su hijo Salvador: «Nunca critiquen, que Dios es todo caridad».

Dado que no somos Dios, sino simples creaturas, todos tenemos limitaciones y defectos. Cuando convivimos con los demás, inevitablemente percibimos las limitaciones y los defectos que tienen.

De allí pasamos a hacer un juicio en nuestra mente: “eso está mal”, “se equivocó”, “no hizo lo que había prometido”, etcétera.

Si todo quedara en ese juicio interior, la cosa no estaría tan mal; pero muchas veces lo comentamos con otras personas, criticamos.

Criticar no es calumniar; simplemente es exteriorizar el juico que habíamos hecho, tal vez añadiéndole un tono de voz que denota asombro o agresión: “mira cómo ha engordado”, “nunca acepta sus errores”, “siempre llega tarde”, etcétera; con esto, dañamos la imagen de esa persona ante los demás.

Volvamos a la recomendación del principio: «Nunca critiquen». ¿Qué hacer? Antes que nada, pedirle a Dios: «Señor, pon un vigilante en mi boca, un guardián a la puerta de mis labios» (Sal 141,3), y seguir esta recomendación: «No salga de su boca palabra dañosa, sino solo palabras que les hagan bien a los oyentes» (Ef 4,29).

Dijimos que antes de la crítica está el juicio interior. ¿Qué hacer cuando hemos percibido un defecto en los demás? Primero: pensar en nuestros propios defectos, incoherencias y pecados. Segundo: orar por esa persona, pero no para que cambie, sino simplemente pedirle a Dios por ella. Tercero: tratar de mirar a esa persona como Jesucristo la mira. Cuarto: excusarla. La razón que esta madre de familia alude para motivarnos a no criticar es «que Dios es todo caridad» (cf. 1Jn 4,8), y la caridad, «todo lo excusa» (1Co 13,7). ¿Qué sabemos nosotros de lo que esa persona está viviendo o de las circunstancias por las que atraviesa?

Por otra parte, las limitaciones y los defectos de los demás, puesto que nos exigen practicar la paciencia, la prudencia, la caridad y otras virtudes, son para nosotros magníficos medios de santificación.

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