Padre, tú me has dado la existencia. Todo lo he recibido de ti: mis padres, mis hermanos, mis amigos, mi comunidad, mi cuerpo, mi libertad, el regalo de haberte conocido. Todo lo bueno que hay en mí me viene de ti.
¡Tú, no te equivocaste conmigo, de ti no viene nada malo! Me has creado para reproducir la imagen de tu Hijo, en este tiempo y lugar. ¿Qué huellas de ti dejaste en mí? ¿Qué rasgos tuyos heredé, mi Dios Padre y Madre? ¿En qué me parezco a ti por haber salido de tus manos?
Quiero seguirte, Jesús de Nazaret. Hazte fuerte en mi fragilidad. Enséñame a descubrir tus presencias, Resucitado: en los hermanos, en el servicio sencillo, en los débiles y los últimos, en mí, cuando voy muriendo a mí para que Tú des vida.
¡Que tu huracán de vida arrase con todas las estructuras de muerte y opresión! ¡Que toda la tierra se incendie con el fuego de la justicia! ¡Que todos los hombres y mujeres sean transformados por la revolución de tu amor liberador! Con tu gracia, lo que Tú quieras, yo quiero.