Si tu Palabra se hizo carne,
con razón, amar a alguien es amar su cuerpo.
¿Qué amamos al amar a otros, si no es su cuerpo?
Su manera de mirar, el timbre de su voz y la forma de sus manos,
el sonido de su risa, su presencia cuando callan,
todo su sentir y todo su pensar,
su historia y su misterio entero habitan en su cuerpo.
Tu Palabra también se hizo carne
en las caricias de mi madre y los abrazos de mi padre.
Se ha hecho carne cuando, enamorados,
nuestros cuerpos se estremecen y se llenan de nostalgia.
Tu Palabra se hace carne, ahora lo voy sabiendo,
en el cuerpo de quien sufre y me pide ser consuelo,
en el cuerpo envejecido, que me pide ser ternura,
en el cuerpo de quien muere y me pide sostenerlo,
dejándome, luego, la tristeza inexplicable
de la ausencia de su cuerpo.
Solo queda, entonces, la esperanza empecinada:
tu Palabra se ha hecho carne,
el amor se ha hecho espacio, deseo, dolor y tiempo.
Las caricias y la risa, las nostalgias y los duelos,
son tu Cuerpo en nuestro cuerpo, son anuncios de lo eterno.