El mundo nos hace ir, cada vez más, a nuestro interior, poniendo barreras a todo aquello que pueda guiarnos a la libertad y a la verdad que Dios nos ha dado.
Al sabernos libres, empezamos a encontrar razones para ser felices, a ver la semejanza que tenemos con otros hombres y mujeres que nos rodean, al no solo sentir que su presencia es una amenaza para nosotros. El mundo nos quiere aislar porque, en esa soledad en que nos inserta, estaremos rodeados de temor y soledad, guiándonos hacia la incertidumbre.
Ver a todas las personas como nuestros semejantes y sentir su presencia, cercanía y comunicación, nos habla de la capacidad que tenemos de intercambiar bienes, conocimientos, gracias y dones, mediante los cuales podemos atender nuestras necesidades, pero también ser conscientes de las carencias de los demás, para poder ayudarlos y acompañarlos en el proceso en que se encuentran.
El amor es encontrar, en cada persona aquello que nos une y nos sostiene, aquello que podemos compartir; encontrar lo que puede enriquecernos; porque el amor es sacar de nosotros lo que nos hace únicos y ofrecérselo al que lo necesita; encontrar, en el otro, razones para estar cerca y sensibles a su presencia y necesidad, buscando cómo sostenerlo y atenderlo. l ser generoso, soy feliz.
Así, el otro deja de ser algo que me da temor y se convierte en la razón de mi alegría, pues he encontrado a quien atender y entender; porque, al ir a su encuentro siento su necesidad, busco hacerme presente y sensible en su vida, manifestándole el amor que me enriquece, ofreciéndole lo que pueda necesitar y aceptando aquello que me otorga con gusto y gratitud.
Amar es donarse en favor de aquel que está presente, aquel que, con libertad, manifiesta sus carencias y se abre a atender con su ser aquello en que está capacitado.