8 de febrero de 2025

Reflexiones de un millennial católico El fin del simbolismo (II)

Continuación…

Un símbolo es una figura o representación tangible de una idea, entidad o condición, que, generalmente, se mueve en el mundo de la intangibilidad y de lo “invisible”. 

Pongamos, por ejemplo, la bandera de México, un trozo de tela con tres colores y un escudo nacional que, si bien no lo contiene en sí mismo, sí nos recuerda lo que es México como país, con su multiculturalidad y diversidad, que se ve englobado por un concepto de nación. 

Así, también, podemos hablar de la Cruz, un símbolo que nos rememora y nos acerca al Hijo de Dios, Jesucristo, aquel que, hace 2,000 años, pisó la Tierra y murió en una cruz para redimirnos del pecado y devolvernos la amistad con Dios, para, después, resucitar, mostrándonos que hay esperanza de una vida mejor y bienaventurada, que se encuentra en Dios y en todo lo que Él dispuso. 

Pero, entonces, ante esta tendencia de hacer productivo todo, de ver en el hombre únicamente la parte material y que reditúa en dinero o en trabajo, ¿qué podemos hacer? 

Puede ser un acto sumamente revolucionario y, al mismo tiempo, sumamente espiritual, volver a darle importancia a los símbolos en nuestra vida cotidiana, volver a hacerlos visibles en nuestra cotidianidad y actuar en consecuencia en todos los ámbitos de nuestra vida, sobre todo en aquellos en los que tenemos poder de decisión. 

Contemplar, cada mañana, los símbolos de las ideas que llenan nuestra alma y nuestra identidad, reflexionar sobre su importancia y evitar que su ausencia se llene de “productividad” mal sana, es indispensable para ejercer el área psicológica y espiritual de la persona humana. Darle su espacio de importancia en nuestras vidas puede hacer que los símbolos sean, en cierto modo, testigos de nuestra espiritualidad, auxiliares en la liberación de las ataduras esclavizantes de “trabajar por trabajar”, y catalizador para volver nuestra vida a sus aspectos más importantes, más allá de la deshumanización que representa la sobreexplotación de los recursos naturales y humanos. 

¡Ánimo firme! ¡Qué viva la Cruz (recargada de símbolos)! 

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