¡Resucitó, resucitó! Así fue el grito de gozo que retumbó en nuestra celebración de Pascua y es que, después de acompañar a Jesús, del Calvario a la Cruz, la alegría de su resurrección es incontenible.
Al contemplar a Jesús, en esa tristeza tan grande en Getsemaní, su silencio ante tantos improperios, la crueldad del Vía Crucis y, finalmente, el martirio de la Cruz, nos conmovimos nuevamente. Claro que queríamos que ya todo pasara y que Jesús se alzara con la victoria de la redención; sin embargo, la obra redentora sigue …
La beata Conchita Cabrera de Armida le preguntó a Jesús ¿todavía ahora cargas Tú todos los pecados? Y Él le respondió: Nunca dejaré de ser Redentor hasta siempre y en el mundo, hasta que quede un alma por salvar. Nuestro buen Jesús no se cansa, quiere vernos a todos juntos en la morada que nos ha preparado y, por eso, se entregó por nosotros en amor, humildad y obediencia al Padre.
Pues bien, aunque Cristo ya nos salvó en la Cruz, nosotros podemos contribuir a la obra redentora, Ahora, me alegro de lo que sufro por ustedes, porque, de esta manera, voy completando, en mi propio cuerpo, lo que falta de los sufrimientos de Cristo por la Iglesia, que es su cuerpo (Col. 1,24).
La Espiritualidad de la Cruz es redentora. A través de ella, Jesús quiere continuar su obra realizada por el misterio de su Pascua a favor de la Iglesia, su Pasión es sobreabundante en gracias, pero quiso compartirla con nosotros. Le decía a Conchita: Deben de sufrir en mi unión, cooperando a esa misma redención para la gloria de Dios y glorificación propia.
Jesús nos anima a vivir nuestro sacerdocio, ofreciendo nuestras buenas acciones y dolores para contribuir en la obra de la salvación del mundo. Vivamos este tiempo pascual en actitud redentora.