Amigos lectores, ahora, me gustaría reflexionar sobre nuestra identidad y transformación como cristianos-católicos. Todo comienza en el Bautismo, día en el que recibimos tres títulos: reyes, sacerdotes y profetas.
Seamos sinceros, nuestra fe la vivimos: «palomeando» los sacramentos, asistiendo a misa los domingos, pero no vamos más allá. La verdadera fe se vive donde está Dios, en nuestro interior, solo así logramos una intimidad con Él y una transformación en nuestras vidas. Ser reyes, a la manera de Jesús, significa vivir sirviendo a los demás y no ser servidos; ejercer nuestro sacerdocio, ofreciendo cosas agradables y entregando toda nuestra vida a Dios; ser profetas, hablando en su nombre, para llevar a nuestros hermanos a Él.
Por nuestro Bautismo, estamos invitados a llevar amor a los demás. Para eso, mi normalidad debe ser, ¿cómo vivió Jesús? «No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos». Mt.7,21 Jesús, ante todo, vivió haciendo la voluntad del Padre y, para ello, necesitó intimidad con Él.
Jesús vivió amando a todos, proclamando y sanando. Y, con el Bautismo, nos pasa la estafeta, para continuar en Su nombre, lo que Él vino a empezar aquí y nos envía. «La mies es mucha y los obreros pocos. Rueguen al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies», Mt.9,37-38. De tal manera que, no solo debemos «palomear» los sacramentos y vivir solo recibiendo de Dios, sino ponernos en acción.
Jesús, unido al Padre, vino a hablar las palabras de su Padre. Jesús, enraizado en su Padre, nos dice: «Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre: expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, tomarán serpientes en sus manos y, aunque beban veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».
Pidamos a Dios conciencia de lo que implica ser sus hijos predilectos; parresía para que hablemos en su Nombre, con fuerza y con poder; y Espíritu Santo para hacer vida nuestro Bautismo. Amén.