La cruz, purificadora y redentora
La obra redentora de Jesús fue por medio de la cruz. Él padeció y soportó el peso de la cruz, para redención del mundo. Jesús aceptó la muerte de cruz, para demostrarnos cuánto nos amaba y para hacernos comprender cuan grave son nuestros pecados. Y sabemos que, para obtener la gloria de Dios, hay que pasar por el crisol de la cruz. No hay gloria, sin cruz; no hay salvación, sin sufrimiento.
Sin embargo, nuestra fragilidad nos hace vivir, esquivando todo dolor y sufrimiento que, para empezar, es inherente a la naturaleza humana. Sí o sí, en esta vida, se sufre. Pero hay dos modos de enfrentarlo: desperdiciando la gracia del dolor u ofreciendo el sufrimiento para redención nuestra y del mundo entero. Jesús, Dios encarnado, con su ejemplo, nos enseñó a no huir de la cruz. Él, también, quería evadirla, pero le dice al Padre: Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya», Lc.22,42.
Dios nos amó primero, de tal manera que envió a su Hijo Unigénito, para redención del mundo. «Porque el Señor reprende a quien ama, como un padre a su hijo amado», Pv.3,12. De tal manera que, para nosotros cristianos, pasar por el crisol del sufrimiento es, a la vez, purificación de nuestros delitos y su fruto, que es la redención. Hay que hacer buen uso de ese tesoro, porque nada nos configura más con el crucificado que la cruz misma.
Por lo tanto, hay que amar y abrazar la cruz porque, en ella, encontramos el sentido de la vida y, por lo tanto, nos da paz. El sufrimiento es un tesoro para el cristiano. Bautizados en Cristo, fuimos incorporados a su muerte. «Por medio del Bautismo, fuimos sepultados con Él en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos, mediante la portentosa actuación del Padre, así, también nosotros vivamos una vida nueva», Rm.6,3-4.
Es muy importante hacer buen uso de las tribulaciones, porque, quien sufre cristianamente, da gloria al Padre a imitación de Cristo, para honrar al Padre y reparar los agravios del pecado. Se ven muchas personas crucificadas, pero muy pocas redentoras.
Pidamos luz a la Santísima Trinidad y aprendamos a vivir, ofreciendo a Dios nuestros dolores, en santo sacrificio, para gloria suya y salvación del mundo, amén.