Todos nos hemos planteado esta pregunta, alguna vez en la vida, así que comparto contigo estas pistas importantes para descubrir la vocación:
Reconocer tus dones personales, sin omnipotencias y sin autodevaluación. Con tus luces y sombras, tú tienes algo que aportar, una voz distinta a todas las demás. Pon atención a lo que te apasiona, a lo que haces bien y lo que resulta de ayuda para otros. Tus cualidades son siempre para el servicio, no para el autoservicio.
Creatividad para poner en práctica tus dones, en contextos nuevos y de modos inéditos. Para hacer crecer las buenas semillas que has recibido, hace falta una dosis de riesgo. No hacer siempre lo mismo, sino reinventarte y ponerte en juego en escenarios distintos. Como escuché decir hace poco, a un hermano de mi comunidad: “apúrate a fracasar, para que aprendas más rápido”.
Reconocer los dones de los demás y hacer red con ellos, en la comunidad, en la familia, en la escuela, en el trabajo. No rivalizando, sino complementarnos. Me he tardado años en aprender que lo importante no es ser mejor que los demás, sino aportar y buscar modos de trenzar nuestros dones. Tejer juntos un lienzo de muchos colores, con armonía y belleza. Y esto es posible, porque tenemos un mismo espíritu, ¡eso es lo que nos une como un solo cuerpo!
Quienes vivimos la Espiritualidad de la Cruz entendemos que nuestra misión se expresa, primordialmente, de tres modos: generar procesos de santidad, construir el pueblo sacerdotal e impulsar el compromiso de solidaridad.
Vivir la propia vocación y acompañar a otros para que la descubran es emprender esta misión. ¿Cómo?
Primero, reconocer mis dones y desarrollarlos cada vez más es hacerme santo, es decir, dejar surgir mi ser más auténtico, imagen y semejanza de Dios, con mis virtudes y defectos, pero en camino.
Segundo, aprender a complementarme con otros en la comunidad, trabajando en equipo, honrando la dignidad de la persona, valorando y promoviendo sus propios dones, es construir pueblo sacerdotal.
Tercero, ser creativos con estos dones y ponerlos al servicio de otros, ser inteligentes y organizarnos para entretejer nuestros talentos y generar cambio social en favor de los que sufren, es impulsar un mundo solidario. No todos vivimos esta misión de la misma manera, sino que todos apuntamos al mismo horizonte, pero cada persona tiene su aporte y su manera particular de contribuir.
¿Cuál es la tuya?