Mes de mayo…mentalmente vienen raudas las asociaciones: mes de la madre, mes de María.
No obstante, apenas comienza mayo, nos topamos con un memorial grandioso: la Cruz. Y este 2022 nos descubrimos cercanos al meridiano de la Pascua. A ella accedimos “cruzando” con Jesús el itinerario del Viernes Santo. Cruzar es un verbo hermoso y recurrente en la glosa cristiana: Cruzar. Pasar de un lado a otro, cruzar de la Cuaresma a la Pascua por la Cruz.
Así las cosas: María, Cruz y Pascua. Todo providencial y entrañablemente vinculado.
Fue al pie de la Cruz que iniciamos una nueva vida y filiación: despedimos al redentor siendo confiados por Él a su propia madre (Jn 19, 26-27). María es desde la Pascua madre de todo discípulo amado, guía y muy especial consejera, modelo del discípulo y seguidor de Jesús. Que bien nos lo presentan, de manera rica y bella, en las páginas que nos aguardan por delante de la presente edición.
Por eso conviene recordar que dimos comienzo a este tiempo con una preparación Cuaresmal, de la cual derivamos, por compromiso personal y mucho más por Gracia de Dios, hacia la Pascua. La Iglesia lo reitera en cada templo, donde recuerda al peregrino y al feligrés con la Cruz que campea en su atrio y/o cúpula: “has de pasar por la Cruz, es indispensable si deseas acceder a la Pascua Cristiana, al banquete pascual”.
La Cruz, el dintel ensangrentado conforme lo exigiera Dios al pueblo esclavo (Ex 12, 7.13-14), marca dónde, Su paso divino, la Pascua de Dios, da lugar no a la muerte sino a la liberación y la Vida de la Tierra Nueva y prometida. La Cruz del Calvario ostenta esa sangre redentora, sangre de la Alianza Nueva y eterna (Lc 22,20 y par), derramada por nuestra liberación. La Cruz es dintel, es la puerta hacia la Pascua, con su celebración nos adentramos en el mes de mayo.
Porque Cristo se ha ofrecido nosotros somos redentos (I Pe 2,24), pueblo de la Nueva Alianza, invitado a ser ofrenda con el Cristo ofrecido. En páginas interiores nos invitarán a meditar, debemos ofrecerlo y ofrecernos junto con Él, vivir bajo la dimensión oblativa de la Espiritualidad de la Cruz. Cada cual, desde la propia cotidianidad vivida en atención amorosa a la Voluntad del Padre, unidos al Hijo muy amado, el de sus complacencias. Él nos sigue preguntando “¿Podrán beber de mi cáliz?” (Mt 20,22).
El P. Sergio nos lleva a reflexionar sobre “Permanecer en su amor”. Si hacemos lo que él nos ha mostrado, él nos ha dado ejemplo (Jn 13,15. 34; 15,9). La comunidad pascual, fruto de esa cena judía cristianizada por Cristo, conmemoramos una y otra vez su mandamiento: dar la vida los unos por los otros. El tiempo pascual es vivencia sostenida de aquella cena.
Con la última de las copas, ofrecida en la Cruz, culminó la cena pascual de Cristo. Allí su sangre derramada daba lugar el tiempo nuevo, de vida resucitada, pecado y esclavitud destruidos.
Los grandes testimonios del acontecer veraz e histórico de esa locura de amor consumada por Dios en el Hijo tienen como referencias centrales, tanto paganas como cristianas, en su muerte de Cruz y en los testimonios del resucitado. Éstos últimos son por necesidad cristianos, pues todo encuentro personal con Jesús resucitado cristianiza y genera un mártir, un testigo.
Nacimos al pie de la Cruz, María es nuestra madre a partir de aquel instante, nacimos bajo su amparo y de la sangre del crucificado. Hemos sido paridos en la Cruz, elevados con Él para compartir su Pascua (Jn 12,32).
Hermanos de la Santa Cruz, crucemos felices al mes de mayo, vivido con María, madre pascual de estos hijos comprados con la sangre de su Hijo Jesús (I Cor 6,20).