9 de agosto de 2025

La transfiguración del Señor: una luz que transforma nuestro camino.

Amigos lectores, el 6 de agosto, celebramos la Transfiguración del Señor, conmemoración del momento en que Jesús se transfigura, en el monte Tabor, mostrando su gloria a Pedro, Santiago y Juan, para fortalecerlos y que no se escandalicen cuando vean a Jesús sufrir y morir en la cruz.     

La transfiguración ocurre poco, antes de que Jesús inicie su camino hacia Jerusalén, donde sufrirá su pasión y muerte. Aparecen Moisés y Elías, representando la ley y los profetas; es decir, son figura de que el antiguo testamento anunciaba al Mesías. Esto muestra que, en Jesús, se cumple toda la historia de la salvación.

Y la voz de Dios se escucha, diciendo: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadle” (Mt.17,5), afirmando que Jesús es el Hijo de Dios y que los discípulos y todos los creyentes estamos llamados a escuchar y seguir sus enseñanzas. 

Los discípulos contemplaron una luz que no era de este mundo, sino una luz que brota del mismo corazón de Dios y que tiene el poder de transformar la mirada, el corazón y el camino de quién la admira. Esa luz, que envolvió a Jesús en el monte Tabor, es la misma que hoy quiere iluminar nuestras oscuridades: nuestras dudas, miedos y sufrimientos.

La transfiguración nos recuerda que, aunque la vida esté marcada por dificultades, cansancio y momentos de Cruz, la gloria de Dios nos espera al final. Es el resplandor que anticipa nuestra resurrección. Y la invitación es clara: dejarnos transformar por la luz de Cristo, escuchar su voz, confiar en su Palabra, caminar con esperanza y ser fieles cuando la vida nos ofrezca caminos inciertos.                                             

  La gloria divina debe convertirse, para nosotros, en una experiencia cotidiana de luz, que transforme nuestra alma y nos lleve a vivir con Cristo, crucificado y glorioso, en cada momento.

Que el Espíritu Santo nos ayude a reconocer la presencia de Jesús en nuestra vida diaria; que nos conceda la gracia de escucharlo con atención y seguirlo con valentía, especialmente en los momentos de dolor, dificultad y crisis. Que la luz de su transfiguración ilumine nuestro camino, fortalezca nuestra fe y nos llene de esperanza para llegar, un día, a la vida eterna. Amén.

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