9 de agosto de 2025

La realeza de la Virgen María

En este mes, celebramos dos fiestas muy bellas de la Virgen María: la Asunción, el día 15, y María Reina, el día 22. 

La primera es un dogma proclamado por el Papa Pío XII. La segunda, fue instituida por este mismo Papa, primero, para el 31 de mayo; posteriormente, se pasó al 22 de agosto, octavo día de la Asunción.

En esta ocasión, nos referiremos a la segunda fiesta, que se centra en el reconocimiento a la dignidad real de la Virgen. Esta dignidad la encontramos, tanto en los textos litúrgicos, como en la tradición popular.

La beata Concepción Cabrera de Armida escribió acerca de ese lugar, a dónde fue asunta la Virgen: está más alta, sobre todas las criaturas angélicas, y muy por encima de ellas, en un trono que, aunque menos elevado, se levantó junto al de su Divino Hijo Jesús.

Nosotros, los católicos, solo adoramos a Dios (latría), adorar algo o alguien, fuera de Dios, es idolatría. Al culto, que no es adoración sino reverencia, que se da a la Santísima Virgen María, como suprema intercesora y Madre de Jesús, lo conocemos como Hiperdulía; mientras que Dulía es la veneración que se tributa a los ángeles y santos. El acto de respeto y veneración, que le damos a San José como padre adoptivo de Jesús, lo llamamos Protodulía.

María ha sido elevada a los cielos y coronada de estrellas por su Hijo, es Reina del cielo y de la tierra; a ella, podemos acudir en todo momento, porque, más que Reina, es nuestra madre y, donde está la Madre, está el Hijo.

Ayudémonos de la escritura poética de Conchita para pedir su auxilio y protección:

Reina de nuestros corazones, Azucena Celestial;

guarda a tus pobres y pequeños hijos,

envuélvelos en tu pureza, hasta trasplantarlos al jardín de los Cielos en que,

con los brazos abiertos, nos estás esperando

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