Un llamado a la reflexión
Atrapados en un patrón de pensamiento automático, nos alejamos sin darnos cuenta de nuestros genuinos deseos de cumplir la voluntad del Padre. Me refiero a ese gran anhelo de colaboración para conformar el pueblo de Dios, un pueblo sacerdotal que camina unido en el seguimiento de Jesús.
En teoría, todos estamos de acuerdo en que la comunidad es fundamental en la fe. Y cuando escuchamos a nuestros sacerdotes explicar la misión de la Iglesia en el conformar un pueblo que camina unido en el seguimiento de Jesús, intelectualmente nos convence la idea de ser parte de esa «caravana» que avanza unida apoyándose mutuamente y compartiendo la carga. Sin embargo, en la práctica, a menudo nos encontramos atrapados en nuestra propia perspectiva, enfocados en nuestros propios intereses y necesidades.
Nos levantamos cada mañana mirando el mundo con nuestros propios ojos, sin considerar cómo lo ven los demás. Continuamos el día en un diálogo interno interminable, intentando descifrar cómo resolver nuestras necesidades y problemas personales. Y muchas veces terminamos el día con un resumen de si los demás fueron o no conmigo como me hubiera gustado sin conceder algún espacio para pensar si ese día yo fui algo significativo para otro.
Pero ¿y si cambiáramos nuestra perspectiva? ¿Y si ajustáramos la cantidad de «yo» y «yo» con más «tú» y «otros»? ¿Y si forjáramos un andar y alimentáramos un pensar más comunitario y menos autorreferencial?
El mensaje de Jesús de alcanzar el encuentro con Dios como un solo pueblo es sabio y muy bello. Sin embargo, lo solemos desperdiciar, aunque tengamos ya una participación en las labores de la Iglesia pues nos cegamos a que esto no es cuestión de sólo lucha encarnizada de valores, convencimientos e ideas ciertas.
Siempre será cuestión de dar pasos acompasados y caminar generoso, brindando a los demás lo que más vale en nosotros: puede ser tiempo, puede ser paz, puede ser escucha. Brindarnos así de forma independiente a los ritmos que ellos deciden y quieran darle al Espíritu para que actúe en ellos.
Al final, se trata de encontrar un equilibrio entre nuestra individualidad y nuestra pertenencia a la comunidad. Se trata de aprender a escuchar, a comprender y a caminar juntos, sin perder nuestra propia identidad. Solo así podremos cumplir nuestra misión como pueblo sacerdotal y alcanzar el encuentro con Dios como un solo pueblo.