6 de julio de 2025

A propósito de un árbol sureño

Recientemente, escuché una canción que se llama Árbol Sureño. Me conmovió profundamente. Es uno de esos poemas que tocan el alma, sin saber bien por qué. Te comparto la primera estrofa:

En el claro, a los pies de mi sombra
El ciervito asustado se esconde
Y respira consuelo el cansado
Y los pájaros silban Tu nombre
El lugar de mi alma es Tu alma
Arbolito sureño en Tu bosque.

¿De qué te habla a ti este poema? A mí, me ha hecho pensar en la vocación. Me pregunto qué es lo esencial del llamado que he recibido, el hilo que conecta mi historia. Y veo que, en el fondo, lo que sostiene mi vocación es una relación.

No ha sido una misión o un trabajo lo que ha dado sentido a mi vida consagrada, sino un vínculo que me enraíza y me da pertenencia y, al mismo tiempo, me mantiene en búsqueda, nostálgico, porque siempre es mayor. “El lugar de mi alma es tu alma”. ¿Cómo puedo habitar en Dios y al mismo tiempo vivir como exiliado?

Enamorarse de Dios es empezar a verlo en todo, como cuando te enamoras y todo te recuerda a la persona amada. Así, relación y misión se vuelven una sola cosa. La misión no es llevar a Dios, es reconocerlo donde ya está: en lo cotidiano, en lo pequeño, en lo que no brilla. Si reverenciamos su presencia en todo y en todos, nuestros gestos tendrán el tono del Evangelio.

Creo que la vocación se realiza cuando descubres ese modo de ser y estar, donde puedes ser tú mismo y dar vida a otros. “Arbolito sureño en Tu bosque”: ser lo que eres, en Tu lugar, con Tus límites, que también son posibilidades.

El trabajo pasará. No es el hacer, sino el ser y estar lo que define tu vocación. Si vives desde tu arraigo en el amor, otros respirarán consuelo. Y, si tus exilios te encuentran en búsqueda sincera, podrás acompañar a otros en los suyos.

¿Cuál es tu vocación? ¿Dónde se concreta? Deja que tu vida hable. Dios ya conoce tu nombre. Y un día te irás, asombrado y callado, a Su encuentro.

Deja un comentario