Pentecostés es una de las solemnidades más profundas del año litúrgico, el día en que la Iglesia entera se abre a la gracia del Espíritu Santo. Cincuenta días después de la Pascua, conmemoramos aquel momento extraordinario en que, reunidos en oración, los apóstoles recibieron la efusión del Espíritu que los transformó y los envió a anunciar con valentía el Evangelio. Fue el nacimiento de la Iglesia, no como una institución, sino como un cuerpo vivo movido por el amor de Dios.
Este Espíritu no es una idea abstracta, sino la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, que viene a habitar nuestros corazones con sus dones: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Son regalos divinos que nos configuran con Cristo y nos ayudan a caminar como auténticos discípulos misioneros.
Con ese mismo espíritu de espera y disponibilidad, el pasado 14 de junio celebramos con gozo la vigilia de Pentecostés en la misa de las 19:00 horas. Fue una celebración profundamente espiritual, concelebrada por la Comunidad de Sacerdotes Misioneros del Espíritu Santo de la Santa Cruz del Pedregal, cuya presencia encarnó el carisma de la Cruz y del Espíritu que los distingue.
Los diversos grupos y comunidades parroquiales nos unimos en oración, canto y alabanza, acogiendo con júbilo la presencia renovadora del Espíritu Santo. Fue una noche de profunda comunión, donde se respiraba esperanza y sed de Dios. El fuego del Espíritu no se vio, pero sí se sintió: en los rostros, en los gestos, en la alegría compartida.
En este contexto, recordamos con gratitud a la Beata Concepción Cabrera de Armida, conocida como Conchita, laica, esposa, madre y mística mexicana. Ella vivió una profunda unión con el Espíritu Santo y fue dócil a sus inspiraciones. De su experiencia brotaron las Obras de la Cruz, entre ellas los Misioneros del Espíritu Santo, y entre ellos, nuestros queridos sacerdotes de la Parroquia de la Santa Cruz, quienes siguen extendiendo su legado.
Con grande júbilo recibimos al Espíritu Santo, dejando que su presencia transforme nuestras vidas y nuestra comunidad. Que este fuego divino no se apague en el corazón de quienes lo hemos recibido, sino que arda cada día con mayor fuerza en nuestras palabras, decisiones y gestos de amor.
Elevemos juntos esta oración:
Ven, Espíritu Santo, fuente de luz y consuelo.
Llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Guíanos por tus caminos, haznos dóciles a tu voluntad y transforma nuestras vidas en testimonio vivo del Evangelio.
Amén.