18 de julio de 2025

La comunión de los santos

Cuando proclamamos el Credo de los Apóstoles, decimos: “creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos”. Estas tres realidades están íntimamente relacionadas. Ya hemos explicado que el Espíritu Santo anima a la Iglesia, la cual está unida a Cristo, por medio del Bautismo y la Eucaristía, y recibe de Él los medios de santificación.

Pues bien, la comunión de los santos es la Iglesia. Es una comunión, pues, por el Bautismo, formamos un solo cuerpo y compartimos los carismas y dones que el Espíritu Santo derrama en la Iglesia. Esto significa que nuestras acciones tienen un impacto en esta comunión: nuestra fe no es individual, no se limita a nuestra relación personal con Dios, sino que tiene también una dimensión comunitaria. “Si un miembro del cuerpo sufre, todos sufren con él y, si un miembro recibe honores, todos se alegran con él” (1 Cor 12:26).

Si la Iglesia es santa, todos sus miembros estamos llamados a la santidad — y podemos ser santos ya en esta tierra. Ser santo significa vivir en amistad con Dios, haciendo Su voluntad y permitiendo que sea Señor de nuestra vida. Así dice el profeta Miqueas: “Se te ha indicado, hombre, qué es lo bueno y qué exige de ti el Señor: nada más que practicar la justicia, amar la fidelidad y caminar humildemente con tu Dios” (Miq. 6:8).

La Iglesia reconoce, públicamente, a algunos de los santos que ya gozan de la presencia de Dios en el cielo; son modelos de santidad para nosotros. Ellos están muy cerca de Dios, pero también permanecen unidos a la Iglesia, que peregrina aquí en la tierra y pueden interceder por ella. Los católicos veneramos y oramos a los santos, para que la gracia y el favor de Dios, de los que gozan en el cielo, se derrame también en nosotros. Así, pues, oremos con confianza a los santos: ¡rueguen por nosotros!

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