Plaza de San Pedro, en el Vaticano, segundo día de haberse cerrado la puerta de la Capilla Sixtina para la elección del Papa número 277 del cristianismo. Dos monjas de las 900 que habían llegado para la elección se encontraban en la base del obelisco al centro de la plaza, con expectativa habían esperado el día anterior y presenciaron salir el humo negro. Se dio la primera elección del día dos, nuevamente humo negro.
En medio de polémica se escuchaban voces en tono elevado, ya fuera por cada personalidad, origen o pasión por el tema. Inició un rumor que fue generalizándose, llamaron la atención las dos superioras femeninas que veían como las manos señalaban hacia la fumata, ¡Es humo blanco!, se escuchaba la voz en todos idiomas. Minutos después corría un rumor: el nuevo papa es Robert Prevost.
Miles de personas intentaban saber quién era. Una hermana se desplomó y dando gracias al cielo se hincó. ¡Es él, fue él! Todos a su alrededor volteaban a verla, asustados, sorprendidos; la religiosa gritaba, lo conozco, lo atendí en Chiclayo, es peruano, su padre de origen italofrancés y su madre, de apellido Martínez, de origen español; habla cinco idiomas; nos ponía acertijos de aritmética; es licenciado en matemáticas; nació en Chicago; asistía al seminario de los Agustinos. Francisco lo designó administrador apostólico de mi ciudad Chiclayo, la quinta más importante del Perú, pero pequeña poco más de 600 mil habitantes.
Inés, monja agustina, fue rodeada por decenas de personas, fungía como una agencia de noticias, nadie sabía nada de Robert Francis Prevost Martínez, el nuevo Papa.
No podrían faltar aquellos que increpaban la designación, se requería un Papa diplomático como el Cardenal Pietro Parolin, alguien que enderezara la tendencia de Francisco. Inés defendía a su antiguo obispo diciendo: vino a Roma a estudiar un doctorado en Derecho Canónico, después fue nombrado prior provincial de los agustinos en una región estadounidense y, posteriormente, prior general de la orden en todo el mundo.
La discusión se convirtió en una polémica ideológica de religión y teología. Habiendo pasado varias horas, llego una noticia más, tomaría el nombre de León XIV, seguiría la línea de León XIII quien logró un acercamiento de la Iglesia a las realidades del mundo moderno a través de su encíclica Rerum Novarum: buscó equilibrar el liberalismo y el socialismo, la desigualdad, tendencias del libre mercado y comunismo, problemas perenes de la condición humana.
Inés se fue de la Plaza de San Pedro ilusionada de poder encontrarse con su mentor, pero sobre todo sabiendo que la iglesia quedará en buenas manos.