Antes, yo veía con temor y rechazo la Promoción Vocacional, como un ejercicio de ventas. Tras dos años en esta misión, descubro que es algo completamente diferente, un servicio que, ahora, valoro y disfruto.
Algunos piensan que no hay que esforzarse demasiado: «Dios da las vocaciones» o «Una vida auténtica atrae por sí misma». Esto es parcialmente cierto. Aunque Dios llama y lo esencial es consagrarnos al seguimiento de Jesús, si no trabajamos conscientemente para que los jóvenes conozcan esta forma de vida, no llegarán solos. Dios proporciona vocaciones, pero también nos da inteligencia para contactarlas y acompañarlas.
En nuestro mundo, existen jóvenes con esta vocación. No son la mayoría — esta opción siempre ha sido minoritaria — pero son suficientes. Sin embargo, si no establecemos contacto, no nos conocen y no son acompañados en su discernimiento, simplemente no darán el paso.
La PV solo tiene sentido si enfrentamos el desafío de la Cultura Vocacional. Nuestra tarea es acercarnos a los jóvenes, escucharlos y proponer a Jesús como vocación atractiva. El horizonte es el Reino y la promoción de todas las vocaciones. Dentro de este marco, los promotores tenemos la tarea específica de acompañar a quienes se sienten llamados a la Vida Consagrada.
En resumen, la PV no es proselitismo, sino un servicio para que los jóvenes conozcan a Jesús, lo sigan y disciernan su vocación. Los promotores acompañamos este proceso para que, si su llamado es la Vida Consagrada, tomen una decisión libre.
Un equipo de PV tiene cinco objetivos principales:
Visibilizar el seguimiento de Jesús en la Vida Consagrada como opción viable.
Ampliar el contacto con jóvenes con inquietud vocacional, mediante presencia en espacios juveniles y redes sociales.
Favorecer procesos de discernimiento, a través de experiencias significativas y acompañamiento.
Impulsar el trabajo en red, para promover la cultura vocacional.
Optimizar recursos económicos para una gestión eficaz.