16 de abril de 2025

Recomendación del libro Navegar en aguas bravas                                                      

Navegar en Aguas Bravas, libro del P. Marcos Alba, M.Sp.S., nos lanza en una travesía que enfrenta un cielo encapotado y un mar picado. Parecería que hay bandera roja en el mundo, sin duda las noticias de estos tiempos no son propiciadoras de calma, ni pronostican un buen clima.

A simple vista es obvio que hoy nos encontramos ante una de las crisis más profundas que ha sacudido a la humanidad en los tiempos recientes: la desesperanza, la crisis de valores, de fe y la incertidumbre que nos rodea aparentemente ahogándolo todo.

Con contacto a diario, o no, con las incontables redes y medios informativos, nadie puede sentirse aislado. Cuando no es una mala noticia, por un lado, es la consecuencia de algún acto que nos sorprende o cimbra hasta lo más profundo de nuestra alma, guerra, violencia, desapariciones, corrupción, injusticia, crimen…

Vivimos en un mundo donde la fe, la esperanza y la caridad parecen haberse ido a esconder en un lugar seguro, lo más lejos posible del alcance del ser humano. Donde se ha puesto en boga que las verdades absolutas se pongan en duda y se abandonen con petulancia, en pro de una “liquidez contemporánea” que, siendo líquida, no se fraguará nunca, y en la cual zambullirse aún es prematuro, por no decir peligroso. Se empuja desaforadamente a un salto al vacío, a una nada donde el relativismo parece imponerse.

Este contexto, donde ya no se confía ni se cree aparentemente en nada, aunque se necesite tremendamente de hacerlo, la fe, la esperanza y la caridad se convierten en uno de los mayores desafíos espirituales y en medio de este ruido ensordecedor de información, opiniones (y la irreal realidad de lo ultra falso creado por IA), la luz de la esperanza, tan discreta, pero tan cercana y sin duda poderosa, siempre está presente en el corazón humano, erigiéndose como una de las armas más infalibles para contrarrestar todo este panorama que, de entrada, pareciera mayor que un huracán categoría 2025.

El timón del barco que Navega en aguas bravas es Dios mismo, Él lo guía, Él alimenta su motor a base de misericordia y amor encarnado en Jesús.

Jesús, tan magnífico y tan frágil, tan inmenso y tan humilde, tan íntimamente cercano como nuestra carne; como sólo el amor y lo humano pueden ser, en su infinita complejidad.

Jesucristo, desde el mástil de la Cruz y con la fuerza de la vela de la resurrección, que genera la esperanza se despliega vigorosa, henchida, alentada con el hálito del buen viento de un amor tan fuerte que se sale del tiempo, del espacio y abate de frente, valiente y sin dudar, cualquier mar en brama con sus enormes olas de miedos, violencias, carencias y que, al fin, derrota a la muerte.

Aunque de repente no concientizamos en el día a día que somos inmensamente amados por un Dios que no nos abandona y quien, sobre todo en nuestros momentos de mayor fragilidad y sufrimiento, nos comprende, porque, como se dice en el libro: El omnipotente, el Altísimo, también pasó por eso, no fue inmune a la pobreza humana.

Fue un padre que entregó a su hijo amándolo y un hijo que se vio, de repente una noche, abandonado por sus amigos. Jesús solo, temeroso, golpeado y arrumbado en medio de una oscura celda. Dispuesto a entregar su existencia por amor, aunque los suyos no lo recibieran. Enfrenta el más profundo de los miedos: la muerte. Pero, a través de su sacrificio, Él transforma ese miedo en una fuente de esperanza.

Si esto no nos identifica con ese Dios, la prueba de su persistencia de amor, la esperanza, sigue encendida en cada uno de nosotros notémosla o no. Pero les aseguro que la encontrarán profundamente y cara a cara al leer el libro.

Que esta esperanza, la que nace del corazón de Dios, y se nos ha dado por el Espíritu Santo, nos acompañe siempre y nos dé la fuerza para ser luz en medio de la oscuridad. Que, como María, aprendamos a decir “sí” a la voluntad de Dios, confiando en su amor y en su acción redentora, y que, en la paz esperanzadora de Jesús, naveguemos sin importar la furia de las aguas bravas, ni el ulular del vendaval, porque nuestro barco, timoneado por Cristo, llegará a buen puerto: Nuestra casa definitiva: sus brazos que nos rodearán dándonos la bienvenida, apretándonos fuerte contra su corazón.

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