El P. José Marcos, comienza, en ese navegar en aguas bravas, donde las palabras fluyen como el agua, haciendo una descripción minuciosa, un verdadero mapamundi, que abarca toda clase y todos los niveles de crisis en la época que nos tocó vivir, marcada por ‘el descrédito y la desconfianza’. p.13
La crisis adquiere una condición líquida, según Bauman, que permea todos los sectores de la vida. “La única realidad permanente es el cambio”. p.17 Están en crisis “la familia, la educación, la democracia, las ideologías, la religión y las instituciones sociales de otros tiempos. “Se han derrumbado, al menos en parte”, atenúa el P. Marcos, “los mitos de la Razón, la Ciencia, y el Progreso”. p.16
La Ciencia, que debería tranquilizarnos con índices seguros, está manchada con ‘proyectos de muerte’ y la tecnología que podríamos utilizar para mejorar nuestras condiciones de vida y hacernos más libres, nos somete.
El Progreso se limita a las minorías y el resto de la humanidad queda sumido en el desamparo, la incertidumbre y el desconcierto. Y la Razón, nuestra inteligencia, “esa suprema facultad del ser humano, el núcleo más profundo del alma” p.23, se queda sólo en la superficie y cuestiona o niega a Dios, que ha dejado de ser el Centro, el Origen, el Todopoderoso, “el fundamento del orden social y el principio integrador de la cultura” p.34 llegando así al nihilismo.
Dios, el punto de referencia inamovible, para muchos, ha desaparecido, ha muerto o lo han sacado de sus vidas. “Ya no se aceptan los grandes relatos de salvación, las grandes síntesis, los sistemas y las grandes religiones.” Vivimos en una realidad donde reinan el desorden y la acedia-que es `tristeza y hastío espiritual` p.29, letargo que corroe el alma. La ácida descomposición del sentido de la vida nos sume en la apatía y nos abruma el peso del mundo.
Ante eso, paradójicamente, nuestras soluciones son ligeras, sin peso; todo es relativo, rehuimos la responsabilidad moviéndonos en la ‘insoportable levedad del ser´. (M. Kundera) p.17 Hemos llegado a lo más oscuro. Se ha enrarecido el aire. Sin embargo, cuando sentimos que ya no podemos más, el P. Marcos, nos arrastra aún más, mucho más. Adentro, muy adentro, hacia la oscuridad total del alma. Ahí, en la solemnidad del silencio nos prepara para el más desgarrador de todos los encuentros: el encuentro con Dios, pero no con el Dios Todopoderoso y Eterno, sino el Dios que descubrimos en ‘nuestros infiernos’, en nuestro dolor, en nuestro pecado, en nuestra desolación. “Un Dios débil como el amor, que se deja arrebatar al Hijo, que está a merced de la humanidad”, Cristo Mismo, signo de contradicción: “El Todopoderoso y Eterno escoge la debilidad y la muerte, el Santo escoge la maldición y la ausencia; la Belleza escoge lo horrendo; el Perfecto escoge venir necesitado y llamar a nuestra puerta como mendigo”. p.93 El Rey de la Gloria escoge morir en una Cruz. Pero…es ahí, con Él y en Él, en su muerte y Resurrección, donde encontramos, por fin, la luz y la esperanza que darán sentido a nuestras vidas traspasadas por el dolor.
“En el Resucitado vemos la verdadera grandeza del ser humano, el rostro del hombre en toda su belleza y dignidad”. Cristo, es la Esperanza misma, el Camino, la Verdad y la Vida. Él es el Verbo, ‘la irrupción de la Eternidad en el tiempo’. (S. Kierkegaard) que con su Resurrección ha vencido a la muerte.
Siempre didáctico, el P. Marcos nos enseña a través de la dialéctica. Su escritura alude a la mirada. La mirada aguda, que se detiene, observa, que es atenta y va descubriendo todos los caminos y las formas de la esperanza. “El Dios de la esperanza nos llama a tener otra mirada”, nos dice el P. Marcos. La esperanza es imaginativa, critica, despierta, combativa…rebelde. Es el ‘ancla sólida y firme del alma’, como la llamó San Pablo (Hb 6,19), fuerza en la vida y confianza en Dios. Nos abre al futuro con ilusión y voluntad. Nos empuja a buscar una transformación de la realidad, a construir un mundo más humano, pero su meta última es la vida eterna.
“Se me antoja pensar, nos dice el P. Marcos, “que la esperanza nos regala la capacidad de mirar con serenidad nuestros propios límites y miserias, porque ellos no son un obstáculo para construir el Reino de Dios”. p.119 “La Esperanza es contactar con nuestros anhelos, nuestras nostalgias, con nuestro deseo, con nuestra inapagable sed de infinito”. p.130 Es tener la certeza de que el sentido ultimo de nuestra vida no es la nada, sino la fiesta definitiva en el abrazo amoroso de Dios, Uno y Trino.
Deseo hacer mención de uno de los capítulos más bellos que se hayan escrito sobre la Santísima Virgen María. Ella, como ninguna otra persona vivió la Esperanza. Su Fíat, su Sí, por voluntad libre, aunado a su Fe y obediencia a Dios, la hacen colaboradora con su Divino Hijo en la redención del mundo. Su extrema unión mística, porque Ella no sólo ve a Dios en sus cinco sentidos, sino que alberga en su seno a la Divinidad misma, dándole su carne, su sangre y su tiempo.
Ella supo guardar en su amoroso corazón, una inquebrantable Esperanza, aún cuando sabía, desde un principio, que una `espada atravesaría su corazón` (Simeón), siguiendo los pasos de su Divino Hijo: de Belén a Jerusalén, del Pesebre a la Cruz, de la cueva a la Resurrección. “María se pierde en Dios, como se pierde en un horizonte infinito la tierra en el cielo…estamos ante un camino sin fin, ante un misterio sin fondo,” nos dice el P. Marcos. Por eso ahora la aclamamos con júbilo como vida, dulzura y esperanza nuestra.
Así puedo concluir diciendo: “En la Antigüedad la única luz que iluminaba aquella noche, era la luz de una vela, la luz de la Promesa. Ahora y para siempre, Cristo es la Luz del amanecer”. (Martin Orive G.) Muchísimas gracias, P. Marcos por tan hermoso libro.