A contracorriente quisiera ir, Señor,
y señalar contigo que otro mundo es posible.
A contracorriente, para inquietar, para provocar y sembrar
la subversión del individuo que opta por ser comunidad,
la rebeldía de la sonrisa honesta y la amabilidad con los extraños,
la valentía de ser vulnerable y de no buscar peldaños,
la locura de abajarse, en vez de subir en la escala social,
la osadía de confiar que Tú, en mí, eres manantial,
la insensatez del encuentro, la escucha y la cercanía,
la herejía de defender que la persona nunca es mercancía,
la necedad de enfrentar mis demonios en la soledad y el silencio,
la locura de meterse en la realidad, habiendo tanto entretenimiento,
el desatino de compartir lo que siempre se ha acumulado,
el desconcierto de ser humano, en un mundo deshumanizado.
A contracorriente, pero ¡qué difícil es mantenerse en el intento!
Hoy, te doy todo y, mañana, ya estoy en todo cediendo de nuevo.
Que vengan las resistencias que contra ti se alzaron,
pero acércame tu gracia, dame fuerte tu mano,
que si llevo dentro tu fuego, si recreas cada día mi presente,
seré tu humilde y feliz testigo, viviendo a contracorriente.