¿Por qué, si Jesús es el hijo de Dios, se necesitaba bautizar? ¿Por qué necesitaba ser bautizado con agua? ¿Por qué no con una tinaja llena de agua? ¿Tenía que ser necesariamente en el río?
El agua está compuesta solamente por dos moléculas de hidrógeno y una molécula de oxígeno (H2O) y, entre estas moléculas, existen enlaces químicos simples que, al mismo tiempo, son muy difíciles de romper. Esta es la molécula más importante para el planeta y, a su vez, hace que el planeta sea único. Siendo solo dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno, Jesús simplemente pudo haberlas tomado del aire, pero prefirió entrar al río, ¿por qué?
Definitivamente, el agua tiene otras propiedades, tiene características que van más allá de las químicas: el agua nos despierta y aviva los sentidos. Todos hemos sentido, cuando hemos entrado a una poza o río frío, una especial sensación, como que se avivan los sentidos, es una sensación diferente.
El agua purifica, hidrata, limpia, refresca. Y, en la lectura del Evangelio del Bautismo, vemos cómo santifica. Santificar proviene del latín santifico, que quiere decir poner aparte algo o hacerlo limpio, sin mancha. Es dedicar algo a Dios.
Jesús, al bautizarse en el Jordán, está confirmando el elemento santificador del agua. Es, claramente, algo que nos conecta y nos une más a Dios. Si el agua santifica, nos une y conecta a Dios, entonces ¿por qué no la tratamos con esa importancia?
Todos conocemos la problemática del agua e, independientemente de si hay mucha agua o no; de si se puede purificar o no, al ser un elemento sagrado, debemos de protegerla y utilizarla, como utilizaríamos cualquier otro elemento que nos une a Dios. Esto implica no desperdiciarla, no contaminarla, en pocas palabras, redescubrir que el agua es más que H2O y nos une espiritualmente con el Padre.