Creo en la Iglesia
Gabriel Villalobos
En el Credo, después de declarar nuestra fe en las tres personas de la Santísima Trinidad, expresamos nuestra fe en la Iglesia. No es casualidad que la Iglesia aparezca en el Credo, inmediatamente después de los artículos que hablan sobre el Espíritu Santo: como dijimos anteriormente, es el Espíritu Santo quien anima y guía a la Iglesia.
Los católicos creemos que la historia de la Iglesia inició en Pentecostés, cuando el Señor envió a su Espíritu a sus apóstoles, para que anunciaran al mundo su Evangelio, bautizaran a los hombres y les perdonaran sus pecados.
De hecho, en el Credo de los Apóstoles, es claro el vínculo entre todo esto: “Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados…” Estos cuatro artículos están ligados, pues manifiestan nuestra fe en una comunión de seres humanos, unidos por el Espíritu Santo. Él es quien otorga a la Iglesia, no solo la capacidad de anunciar el Evangelio, sino de perdonar los pecados y rendir culto a Dios “en Espíritu y en Verdad” (Jn. 4:23-24).
Es así que, en el centro de la vida de la Iglesia, están el Bautismo y la Eucaristía, así como los demás sacramentos y su misión evangelizadora y profética.
El Concilio Vaticano II, en la constitución Lumen Gentium, dice que “el Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles, como en un templo y, en ellos, ora y da testimonio de su adopción como hijos” (§4). En la Iglesia, se hace visible la acción del Espíritu Santo en el mundo y en la historia humana y, por eso, nos hace ya partícipes del Reino de Dios.
Todo esto significa que, al proclamar en el Credo nuestra fe en la Iglesia, vemos más allá de su condición humana. Identificamos, en ella, la acción del Espíritu Santo y nos confiamos a su guía. En los próximos números, profundizaremos en cada una de las expresiones de fe sobre la Iglesia que nos ofrece el Credo.