Guardar secretos por caridad al prójimo
¿Guardar secretos? ¿Pues qué no nos enseñaron que hay que decir la verdad?
Bien sabemos que es mandato divino no decir mentiras. Por lo tanto, tenemos el deber de decir la verdad. ¿Qué relación tiene este mandamiento divino con el hecho de guardar un secreto?
Cuando alguien nos confía un secreto, nos está confiando algo que es muy importante para esa persona. Pero no todo mundo es capaz de guardar secretos. Virtudes valiosas son la discreción y la lealtad.
Es necesario recordar que a nadie le corresponde quitarle lo suyo a los demás. Por ello, si tenemos conocimiento de alguna información acerca de alguien, hemos de guardarnos de divulgarla, pues no somos quién para hablar sobre los demás: seamos discretos.
Esto sucede en todos los ámbitos: el de la amistad, en el profesional, en la familia. Hay que reflexionar que, el hecho de conocer un secreto no nos hace dueños de esa información y que, por otro lado, el ser discretos no significa decir mentiras.
Cuando alguien nos comparte algo muy íntimo, hemos de sentirnos honrados por el hecho de haber sido dignos de confianza y, por lo mismo, mostraremos nuestro amor por esa persona, siendo respetuosos en el manejo de esa información.
Toda persona tiene derecho a conservar su buen nombre y su fama. Por ello, es contrario a la justicia hablar mal de alguien, airear su intimidad, divulgar lo secreto.
Cultivemos el respeto, de donde surgen las buenas palabras, aquellas que hacen bien a los otros y nunca el mal. Trabajemos la virtud de callar a tiempo –que no es ocultar, sino guardar– lo que no debe comunicarse ni difundirse: “El hombre cauto oculta su ciencia, el corazón del insensato proclama su necedad” (Prov. 12, 23).