D.P. José Ignacio Abarca Franco
El amor es un elemento necesario y fundamental para el desarrollo equilibrado del ser humano, que trasforma, la simple capacidad de comunicarnos e identificarnos unos a otros, en un encuentro de descubrimientos de semejanzas y presencias personales en la persona que manifiesta su presencia frente a mí.
El descubrirnos dentro del otro, el entender que contiene algo de nuestro ser en su propio ser, nos permite entender esa unión, que va más allá de las semejanzas externas y que nos hace trascender para irse revelando en aquel que comparte su existencia conmigo, aunque esta sea transitoria.
Hay que reconocer que Dios nos hace presente al hermano, que nos llama a atenderlo y servirlo, que, en este, se manifiesta mi persona y, por ello, sabré cómo agradarlo, invitarlo a confiar y atenderlo en lo que necesite.
Entender que, al procurarlo, es a mí también a quien presto atención, es Dios quien se hace presente, que nos llena de bienes para compartirlos, porque descubrimos nuestra presencia en el otro, entendemos su existencia en nuestra propia existencia
De esta manera, nos sabemos parte de Cristo y eso nos da razón para compartir lo que somos y lo que el otro nos complementa.
El descubrir en otra persona algo que me hace presente en ella, por distinta que parezca, por repulsiva que sea su presencia, por lo contraria que sea su forma de pensar y actuar, me lleva a poder entender su capacidad de recibir mi amor, mi respeto y mi atención, me está mostrando que ella está presente en mi persona, y que ambos estamos presentes ante Dios, haciéndonos parte de su presencia en el mundo.
Por esto, la ley del amor es acercarnos a nuestros semejantes, con la curiosidad y apertura personal para encontrarlos, así como encontrar la presencia de Dios en ellos y, así, poder ser más cercanos y amarlos.