Tere Rojas Juárez
PARA FB: En el camino a la felicidad plena, disfrutemos el viaje siendo felices y contagiando a los que nos rodean de alegría, paz y esperanza.
Todos encaminamos nuestra existencia en busca de la felicidad. Algunos gastan años y recursos queriendo encontrar ese estado de satisfacción, que piensan es su felicidad.
A veces, esta búsqueda se emprende como una misión individual, con la idea de que la felicidad se debe alcanzar por encima de todo y cueste lo que cueste.
Qué pobre sería la verdadera felicidad, si durara poco tiempo y se disfrutara en solitario, pero no, la felicidad que trasciende se va saboreando desde esta vida, en una relación de comunión con Dios, con los demás y con nosotros mismos,
La ausencia de felicidad es una cuestión que nos altera. Ya lo decía San Agustín, “Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Esta frase nos orienta hacia quién dirigir nuestra búsqueda.
Dios, que conoce a sus hijos, nos concede señales para nuestro camino a la felicidad; por ejemplo, los Mandamientos, las Bienaventuranzas, las virtudes, etc.
Si ponemos lo mejor de nosotros por seguir estas señales, la felicidad se hace presente en nuestra vida y, aunque los problemas persisten, el sendero que se sigue es un camino de paz y esperanza, porque está bajo la luz y fuerza del Espíritu Santo, que nos impulsa a compartir con el prójimo nuestra alegría.
La beata Concepción Cabrera de Armida, a pesar de vivir problemas de salud, pérdidas y desilusiones, es recordada, entre muchas cosas, por su sonrisa y la paz que sus ojos transmitían. Ella decía, “Hacer a otros felices es ser feliz”
La felicidad plena está esperándonos en el cielo, pero esto no quiere decir que, en el camino, no podamos ser felices y hacer felices a los demás, viviendo sin rencores, ni resentimientos, libres, alentados por un profundo sentido de vida armonizado a la voluntad de Dios.